Comentario evangélico. Domingo 3 Adviento, ciclo B.

        Está en medio de nosotros y no lo conocemos. El Bautista realiza esta denuncia que sigue siendo necesaria hoy día. De hecho, aunque formamos parte de esta estirpe elegida, ¿quién puede decir que conoce verdaderamente a Jesucristo? Solo los santos. Y, en cuanto que estamos recorriendo el sendero de la santidad, nosotros. Aquí es donde se hace necesaria la pregunta: ¿estoy recorriendo el camino que Dios me señala?, ¿estoy recorriendo mi vocación, sabiendo que es un camino?, ¿camino contemplando el rostro de Jesús? Mirarlo me permitirá encajar mis gozos, mis luces, mis dolores, mis glorias. Mirarlo me permitirá descubrirlos en “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren”.
       No basta con comenzar el camino. Algo es, pero se trata de llegar, de tener el deseo de llegar, de planificar la ruta sin escatimar medios. Él ha dado órdenes a sus ángeles para que me guarden en sus caminos. Pero, ¿estoy en sus caminos? ¿O más bien circulo por los míos? Lo sabemos: “Mis caminos no son vuestros caminos”. Y sin embargo… Otras veces somos viandantes de los senderos del mundo. En uno y otro caso es muy fácil el autoengaño. Me resulta fácil autoconvencerme de que mis planes son los planes de mi Padre. Me resulta muy sencillo autoconvencerme y convencer de que los planes del Señor son los planes del mundo. Pero para los sinceros, para los buscadores de Dios, basta con el Evangelio. Ahí está el camino. Un camino que ha sido vivido por los santos (y nosotros nos fiamos de nuestros mejores hermanos) y que es continuamente señalado por la iglesia (y nosotros nos fiamos de nuestra madre).
       Decía María Zambrano que, para recorrer el camino, los buscadores necesitan dos virtudes: la claridad y la caridad. Son concomitantes y correlativas. En el camino, no se puede dar la una sin la otra. La claridad es el resultado de la unidad de vida entre el creer y el obrar. La caridad no es una etiqueta vacía, sino el nombre del amor a lo menesteroso: lo menesteroso de nuestra propia vida (nuestras limitaciones) y lo menesteroso de los demás (las limitaciones de mis próximos).
       Desde este amor, desde esta aceptación y desde esta entrega donacional y libertadora, el jardín hará brotar sus semillas, el Señor hará brotar su justicia y su alabanza. En tu vida brillará la luz de Dios y en el mundo, su salvación. Todo el mundo lo verá y todos proclamarán: “¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!”. Nosotros se lo decimos ahora a la Virgen María.


José Antonio Calvo Gracia

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