Comentario evangélico. Domingo 4 Adviento, ciclo B.

Una Virgen Madre

       El Adviento se nos acaba. Hemos escuchado a Isaías, un profeta de confianza, consuelo, gozo y paz. Nos han impresionado las palabras recias de Juan Bautista, predicador de la conversión. Hoy miramos al vientre de una madre que es virgen. Como nuestros hermanos orientales en las liturgias de estos días, nos preguntamos llenos de sorpresa: Jesús, sabemos que vienes, que ya estás aquí, ¿qué te podemos ofrecer? “Nosotros te ofrecemos una Virgen Madre”. Es la ofrenda que pone la humanidad ante la sombra del Altísimo. Y la ofrenda queda bendecida, convirtiéndose inmediatamente en la puerta de la Navidad. A la Navidad se llega por un vientre, el “bendito vientre de María”, cuyo fruto es Jesús.

       Esta bendición de Dios se realiza sobre María y, en ella, que es nuestra madre en el orden de la gracia, se convierte en la realidad de cada miembro de la Iglesia. Dios se hace presente y se compromete con una promesa. Esta promesa no se entiende. Es más, es necesario ser atrevido y preguntar con sencillez “¿cómo será eso?”. Y la respuesta es, como siempre, Dios lo puede todo, fíjate en los santos. “Y la dejó el ángel”. María se queda sola. No, sola, no: con un Hijo que no puede explicar.  Nadie puede explicarlo, salvo “Dios, único sabio”. Hasta la Navidad, cuando brille la aurora, sobran los discursos. María, los cristianos, tú y yo, todos nos recogemos con Dios dentro de nuestra intimidad, para que sea Él quien nos recuerde que no somos nosotros los que le podemos “construir una casa para que habite en ella”. Va a ser Él el que nos dé la paz; el que nos construya la casa; el que se prepare un hogar puro, humilde, devoto.

        Con el nacimiento de Jesucristo, nacerá nuestra paz. Por eso, puede cesar nuestra tristeza y pueden gozar todas las familias de las naciones, porque en este seno virginal ya está viviendo el Señor que ha formado el universo.

        De momento, nos recogemos dentro de nosotros mismos y dentro de la Iglesia. Esta familia nuestra es hogar-vientre de la Madre, es esposa, es Navidad. Porque la Navidad es la Navidad de nuestro corazón que guarda la palabra del Señor: recibir el reino de Dios siempre que quiera venir a nosotros. Recibirlo silenciosos, recogidos, piadosos para no estorbar los altos planes de Dios sobre nosotros. Como ella, que sólo supo decir una palabra: “Aquí está la esclava del Señor”.

José Antonio Calvo Gracia

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