Comentario evangélico. Navidad, ciclo B.

Carne de Dios

      ¡Cómo impresiona la palabra carne! El Verbo, la Palabra se hizo carne. Todo un Dios se ha hecho carne: músculos, tendones, piel. Carne que por el sufrimiento puede hasta resultar repugnante. Como un varón de dolores, dirá Isaías. Aquí es donde empieza el escándalo para los judíos, que luego será necedad para los griegos -como reconoce el apóstol Pablo. La carne es eso que para el común de los humanos nos separa de Dios y, sin embargo, ahora es el puente que une la divinidad con la humanidad.

      Carne de Dios que es como el agua unida al vino: el “signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana”, en lenguaje litúrgico. Y esta carne y esta sangre son el precio de nuestra redención. Carne de María y Espíritu de Dios. De tal modo que igual que decimos “Dios de Dios, Luz de Luz”, podemos proclamar Carne de Carne, Carne de María. Y Carne de nueva humanidad, de Eucaristía. ¡Cuánto nos quiere Dios, que se ha hecho uno de nosotros! Y, desde entonces, ¡cómo hemos de querer nuestra carne, pues, incluso en ella, somos imagen de Dios!

      Quiero deternerme a considerar la dignidad de ser carne, de ser cuerpo. Este cuerpo ya no es una prisión ni algo ajeno a la dignidad de criaturas semejantes a Dios. Por la encarnación y el nacimiento de Jesús, la carne es necesaria para la redención. Esta necesidad, vislumbrada por los profetas, es evidente al contemplar el cuerpo llagado de Jesús, en su pasión y muerte, pero también en su resurrección. Por eso, me atrevo a decir, que quien desprecia el cuerpo no es cristiano o vive como si no lo fuese. Y hay dos formas de despreciarlo: pensar que es una prisión a la que no se debe conceder ningún honor o creer que es una realidad autónoma que requiere o merece todo tipo y cantidad de placeres. Ni lo uno ni lo otro. Cuando tras la Pascua, llegue Pentecostés, entenderemos que somos templo y que este templo, de forma gloriosa, es el único que perdurará cuando Dios sea todo en todos. Decir carne y decir cuerpo es para nosotros asentir confiadamente a la resurrección.

       En nuestro tiempo es vital que los cristianos recuperemos el aprecio auténtico por nuestra corporeidad: somos espíritu encarnado, lo uno y lo otro. Por eso debemos aprender y enseñar a amar con el cuerpo, entregando como Jesús hace en la misa cuerpo y sufrimientos. Esto es la comunión y esta es la esencia del matrimonio. Difícil, pero estamos en Navidad y, como dice la antífona de entrada, “un silencio sereno lo envolvía todo”. El silencio en el que con María y José contemplamos a Jesús nacido e infante, sabiendo de antemano que “ecce homo”. Este es el hombre.

José Antonio Calvo Gracia

We use cookies
Este portal web únicamente utiliza cookies propias con finalidad técnica, no recaba ni cede datos de carácter personal de los usuarios sin su conocimiento. Sin embargo, contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas este portal web que usted podrá decidir si acepta o no cuando acceda a ellos.