Comentario evangélico. Domingo 5 Ordinario, ciclo B.

La cogió de la mano

     Hablas con autoridad, por eso “todo el mundo te busca”. Y te acercas al que te busca y lo coges de la mano y lo levantas. Sí, para eso has venido: para salvar al que busca salvarse y para levantar a la humanidad caída.

     Es cierto que estamos bautizados, pero podemos ser cristianos con fiebre. La fiebre es una de las molestias más incómodas e incapacitantes. Al que está pasando por un estado febril, se le recomienda no salir de casa. La fiebre conlleva un estado de ensimismamiento que inhabilita para distinguir lo real de lo ideal; la vida, de los sueños. La fiebre es una enfermedad que ataca la vida-misión del discípulo-apóstol. Le impide caminar, le impide anunciar... Cierta fiebre estaremos pasando, para que el Papa insista tanto en la necesidad de una iglesia en salida. Me da a mi por pensar que esta fiebre de la suegra de Pedro es el síntoma de esa enfermedad espiritual de la que hablan los santos y a la que llaman tibieza: la enemiga del amor, que lo envejece y destruye. No es cansancio, pues cuando uno está cansado, lo está para todo, es otra cosa. Es flojedad en la vida de hijo de Dios. Es claudicar de modo perezoso ante la tentación de considerar desproporcionadas las exigencias de la santidad. Es justificar la propia mediocridad, olvidando que el estado habitual de un cristiano es ser santo.

      Ante las quejas por una iglesia tibia, mundanizada, fiada de sí misma, de sus discursos y de sus rutinas, muchos tienen afán de reforma, pero el único camino es que cada uno se reforme a sí mismo, siguiendo las indicaciones del Espíritu Santo, médico del alma y pastor de la iglesia. Solo cabe la opción de que cada uno se mire y se pregunte dónde ha quedado el amor primero. Solo cabe que estés prevenido y dispuesto a luchar contra la disipación, la frivolidad, el ritualismo, el cálculo, los deseos de aplauso y el temor a la crítica, la rabia contra los hermanos.

       Es duro, pero no estás solo en esta carrera de fondo. Él te da la mano. Con su mano, el Señor toma tu mano que sale del lecho de la postración, se da cuenta de tu enfermedad y hace que huya la fiebre. Sólo él puede curarte, necesitas de la iniciativa divina. Tras ella, tu correspondencia: también tú puedes levantarte de madrugada y ponerte a orar. También tú puedes ir a otra parte, “para predicar también allí”. Y expulsar demonios. Al mismo tiempo que alabas al Señor, “que sana los corazones destrozados”. Y no solo, que también hace que tu espíritu “se alegre con Dios mi salvador”. Con el de María.

José Antonio Calvo Gracia

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