Comentario evangélico. Domingo 3 Ordinario, ciclo B.

       El “venid” que el Señor nos dirige es, formalmente, un imperativo, sin embargo coincide con los deseos de un corazón manso y humilde, ardiente de amor. De este corazón amantísimo solo puede brotar un ruego: la petición del que lo tiene, lo puede, lo sabe todo y quiere compartirlo con absoluta generosidad con quienes no tienen nada más que una libertad pequeña, finita. Compartirlo todo y no forzar nada.
      El domingo pasado la invitación era a ver cómo vivía y así vivir con él. A participar en su vida de Hijo de Dios. Es la vocación a la perfección en la caridad:la santidad. En esta dominica, el Señor llama a participar de su misión salvadora. Eso es el “os haré pescadores de hombres” y constituye el revés de la vocación bautismal, que es también vocación al apostolado. ¿Cómo participar de esta misión para la que también hemos  sido ungidos? Desde luego que Cristo redime con su sola presencia y, por eso, mirando a su vida oculta, podemos hablar del evangelio de la familia o del evangelio del trabajo. Pero no acaba ahí su misión: con el bautismo en el Jordán, inaugura un modo más activo (perdón por el adjetivo) de anuncio. En cierto modo, toda esta predicación o ministerio público de Jesús es una subida a Jerusalén, un llegar a su hora.
      Es necesario -¡y más que nunca! (o, al menos, como siempre)- que los bautizados seamos conscientes de este doble modo de apostolado: la inserción en las realidades humanas como “fermento en la masa” y el anuncio explícito de que Jesús es el Señor, de que aquel a quien vosotros matasteis ha resucitado, de que ha vencido al mundo. Si bien este anuncio explícito es vital para la supervivencia de nuestro ser cristiano, puede desarrollarse de diversos modos y requiere poner en juego toda la creatividad con que Dios nos ha dotado. Unos desarrollarán un apostolado de amistad y confidencia; otros, saldrán a las calles y a las plazas a anunciar el kerygma; algunos organizarán un curso alpha para sus amigos universitarios creyentes o descreídos; unos escribirán una carta al director de un medio o, simplemente, le dirán a su colega agobiado que están rezando por él. Cristo es el mismo, pero tú, con él, puedes ser pescador de hombres de un modo nuevo: lo importante es que tu corazón lata al mismo ritmo que el suyo.
      Pescadores de hombres. Hacen falta pescadores de pescadores. Hacen falta vocaciones al sacerdocio ministerial. ¿A cuántos niños, adolescentes, jóvenes, adultos les has dicho “has pensado ser sacerdote”? También tú eres responsable. Fíjate, mira a tu lado, seguro que hay alguien que muestra -a lo mejor sin enterarse- signos de la llamada de Dios. No tengas respetos humanos: reza por él y háblale con confianza.
      María, siendo su madre, también lo dejó todo y se fue con él. Estoy seguro de que sigue yendo de un manera bien visible con quienes acogen con autenticidad el “venid… y os haré…”.


José Antonio Calvo Gracia

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