Comentario evangélico. Santísima Trinidad, ciclo A.

Hoy Dios habla de sí mismo

         Madrugón. Una buena subida. Cargado. Moisés hace cumbre: 2.285 m. Y Dios, rodeado de nube, se abaja y se queda con él. Como un enamorado, Moisés pronuncia el nombre de Dios. Y Dios pasa ante él proclamando de sí mismo: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad”. Ante esta epifanía de Dios, Moisés se inclina, se postra haciéndose tierra con la tierra y feudatario, sin siquiera imaginar que llegaría un día en que esa relación se convirtiese en amistad y filiación. Ese día ha llegado. Es el día de Jesús.

        Por eso, hoy que es el día de Dios-Trinidad es para nosotros fiesta de familia. Nada de lejanía. Es un don y hoy es una jornada para reconocerlo guiados por las palabras de san Pablo de Tarso, unas palabras sin vuelta de hoja, porque son ‘Palabra de Dios’: tenemos la “gracia del Señor Jesucristo”; gozamos del “amor de Dios”, vivimos en la “comunión del Espíritu Santo”. El deseo de san Pablo, para los Corintios, se convierte en saludo y, misteriosamente, conforma la realidad nueva del bautizado en la muerte y la resurrección del Señor, con agua y fuego. Creer es la condición. No creer es la perdición. Pero, ¿Dios pone condiciones? No, al revés. Dios está condicionado en este sentido por nuestra respuesta libre a su amor.

        ¿Respuestas? ¿Qué puedo responder? Santa Isabel de la Trinidad lo tenía clarísimo. ¡¡¡Amor!!! Y lo decía bellamente: “¡Amar! Es tan sencillo… es entregarse a los designios de su voluntad divina como él se entregó a la voluntad del Padre. Es permanecer en él porque el corazón del que ama ya no vive en sí sino en aquel que es el objeto de su amor. Es sufrir por él, aceptando alegremente todos los sacrificios e inmolaciones que nos permiten agradar a su Corazón”. La fiesta de Dios es fiesta de amar y, por eso, no se puede imaginar sin eucaristía: “Creo que nada refleja mejor el amor del Corazón de Dios que la eucaristía. Es la unión, la comunión, es él en nosotros, nosotros en él. Y ¿no es esto el cielo en la tierra?”, escribe la carmelita de Dijon.

        Si todas las fiestas están condensadas en la eucaristía, la de hoy no podía ser menos -¡ni más!-. En nuestro altar se da la comunión trinitaria: el Padre recibe la ofrenda del Hijo en la unidad del Espíritu y lo que todavía nos debe conmover más es que ahí estamos nosotros. Sí, sí. Tú y yo, jugando en primera división. Estamos, vivimos, nos movemos y existimos en la misma relación de Dios en sus tres divinas personas. ¿Qué decir? “A ti gloria y alabanza por los siglos!”. Y decirlo alternando con ‘aleluyas’ y ‘gloriapatris’. Y no solo decir, sino también esperar al “Dios que es, al que era y al que ha de venir”.

       Dilo, digámoslo con María. Ella hace fácil lo difícil. Apóyate en su hombro, cógela de la mano y dile que te ayude a glorificar a Dios con tu vida. Éxito asegurado.


José Antonio Calvo

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