Comentario evangélico. Domingo 26º Ordinario, ciclo A.

Diferencias añadidas a otras diferencias

      La semana pasada introduje el concepto ‘diferencia’ e intenté ilustrar el “mis planes no son vuestros planes”. Pero la cosa no ha acabado. O, más bien, el Señor no ha terminado: nos lo quiere dejar bien claro. Quizás lo más llamativo a primera vista sea el “los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios”. Sin embargo, lo que a mí más me descoloca es el “tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús”. Me parece que esta exhortación del apóstol san Pablo es una buena catequesis o explanación sobre el mandamiento nuevo del Señor. El ‘amaos como yo os he amado’ es ‘tener los sentimientos de Cristo Jesús’, ese amor extremado de jueves y viernes santos, que lava pies, derrama sangre, quebranta cuerpo y que, además de ser nuestra salvación, es “ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.

     Los sentimientos de Jesús. Como él, por el bautismo, participamos ya de la condición de hijos: se ha iniciado nuestra divinización. Pero como él, no somos hijos de Dios para el lucimiento y la tranquilidad, sino para el anonadamiento y la humillación que corre a la par del servicio y la vocación. No cabe que retengamos con codicia  nuestra filiación divina, porque entonces la estaríamos negando. Nuestra misión como hijo es hacernos semejantes, asemejarnos, a todo ser humano para entender sus necesidades y servirlo sin esperar nada a cambio, como el esclavo que nada espera, porque sabe que su vida consiste en servir. ¿Semejantes en todo? Semejantes en todo a Jesús, que se hizo uno de nosotros, pero que no cometió pecado. Para ‘asemejarnos’ no debemos pecar, precisamente es el pecado lo que nos ‘desasemeja’ no solo de Dios, sino de nuestros hermanos. La gracia -vida divina- nos ‘aprojima’; el pecado nos ‘desaprojima’. Si quieren, pueden sustituir la ‘j’ por la ‘x’: ‘aproximar’ o ‘desaproximar’.

      El querer de Dios, la alegría de san Pablo. El “tened los sentimientos propios de Cristo Jesús” tiene como fruto la concordia. El apóstol san Pablo, haciéndose mendigo del consuelo del amor de la Iglesia, pide una alegría a sus cristianos de Filipos: “Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir”. Creo que no solo es el deseo de Pablo, sino el querer de Dios. La alegría que podemos dar a Dios. Sí, podemos alegrar a Dios. No lo necesita, pero lo añora (perdón por el atrevimiento).

       ¿Se entiende? No se entiende si no miramos el rostro doliente de Jesús. También ese rostro machacado por nuestros pecados es “resplandor de la gloria del Padre”. Hasta ahí llega al siervo por amor, hasta ahí llega María al pie de la cruz. Por eso choca la ternura de Dios; por eso choca que el ‘inocente’ muera por “la maldad que cometió” y que el ‘malvado’, al convertirse, “vivirá y no morirá”. Por eso choca la precedencia en el reino de Dios. No hay otra: si quieres que no choque, hazte amigo de la cruz de Cristo, esa cruz que hoy es sacramento de penitencia y sacramento de eucaristía. Te aseguro la alegría y el agradecimiento activos.

José Antonio Calvo

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