Comentario evangélico. Domingo 3 C Pascua.

Domingo III de Pascua, 14 de abril de 2013. Ciclo C, Juan 21,1-19.


Las brasas están  preparadas…


       Jesús resucitado vuelve a casa, a las orillas del mar de Galilea. Allí, a sus faenas habituales habían vuelto los suyos, a la pesca.  A las orillas de ese impresionante mar, unos años atrás, Jesús les había llamado para que le siguieran.  Ahora Jesús se aparece en su vida cotidiana para renovarles la llamada. Para hacerles comprender que, si siguen confiando en Cristo, la pesca a la que están llamados será una tarea que sobrepase las orillas de este mar y les conduzca a todos los rincones de la tierra.
       Cuando el día amanecía, Jesús llegó hasta los suyos. Y mientras éstos volvían a intentar pescar algo siguiendo las instrucciones de Jesús, Él les esperó preparando las brasas, para poder asar los peces y que pudieran almorzar.  Es entrañable la imagen de Jesús preocupándose por los suyos con este cariño paternal. Como un hermano mayor cuida que no le falta de nada a sus hermanos más pequeños. Los discípulos habían pasado la noche entera trabajando sin resultado alguno.  Ahora al despuntar el día han entrado de nuevo en el mar, confiados en la palabra de Jesús, para intentar pescar algo.  El resultado de esta pesca es extraordinario: 153 peces.  Cifra que pretende destacar, sin duda, el resultado de las acciones humanas cuando ponemos nuestra confianza en el Señor.
Una vez en torno a las brasas, almorzando, todos ya habían reconocido a Jesús.  El gesto de tomar y repartir el pan evocaría a los discípulos aquella otra tarde en el cenáculo, donde Jesús hizo el mismo gesto. Recordarían sin duda el valor de aquel signo: la vida dada y entregada por amor a los demás.  Era lo que ahora Jesús  resucitado les estaba recordando, era lo que esperaba que ellos hicieran también con sus respectivas vidas.
        A continuación de esta comida de pascua nos encontramos el relato del precioso diálogo entre Jesús y Pedro.  Acabará esta escena con una palabra clave: “Sígueme”.  De nuevo Jesús ratifica la llamada que hizo a Pedro y a los suyos al inicio de su predicación.  Ahora la forma de seguir a Jesús será un poco distinta. Él es el resucitado. Ya no andará más por los caminos polvorientos de Israel. Ahora, serán Pedro y los discípulos los que deban continuar la tarea en el nombre de Jesús.  Pero antes de este mandato, nos encontramos ese interrogatorio cariñoso de Jesús a Pedro.  Tres veces le había negado en la Pasión. Tres veces ahora Pedro tiene la oportunidad de demostrar a Jesús su cariño incondicional. Pedro se entristeció porque comprendió que un día falló a Jesús. Pero ahora le prometía que no le fallaría más. Y que en el caso de que volviera a caer, lo más importante, lo que Jesús tenía que saber era esto: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.
         Desde hace muchos años rezo al Señor con estas palabras. Os aconsejo que las memoricéis. Y que se las dirijáis un día y otro al Señor. Difícilmente en pocas palabras se puede decir tanto y tan hermoso.
 

   Rubén Ruiz Silleras.

 

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