Comentario evangélico. Domingo 2 C Pascua.

Domingo II de Pascua, 7 de abril de 2013. Ciclo C, Juan 20,19-31.


La fe en el Resucitado: fuente de vida

         Es verdad que la duda de Tomás nos puede parecer un poco chocante. ¿Por qué habría de dudar Tomás cuando sus amigos le anunciaron que habían visto al Señor?  Sabemos todos que la conducta humana es imprevisible. Tampoco nosotros somos quien para juzgar la conducta de Tomás, ni la de nadie.  Además conviene recordar que, al final, Tomás acabará haciendo una de las confesiones de fe más bonitas de todo el Nuevo Testamento: “Señor mío y Dios mío”[es de la pocas ocasiones en las que a Jesús se le llama directamente Dios].  A Tomás no le ha hecho falta meter su mano en las heridas del cuerpo de Cristo.  Ha vacilado, sí, pero ahora cree con toda su alma y todo su corazón.  ¿Quién no ha tenido alguna vez una duda de fe?  Por eso,  seamos considerados y respetuosos con Tomás.  Él, a pesar de que no había visto a Jesús la primera vez, se siguió reuniendo con los discípulos.  Esto es una forma de perseverar en el camino de la fe, aún si tenerlo todo claro.  En la segunda aparición de Jesús, esta vez sí estaba presente Tomás.  Pudo ver al Señor porque perseveró.  Así acabó creyendo.
         Dicho lo cual, también tenemos que afirmar que el “episodio” de Tomás no agota por sí mismo la riqueza de este evangelio.  Más bien forma parte de él e ilustra el tema de fondo: la alegría que proporciona en el discípulo la fe en Cristo resucitado. Esta alegría la vemos en varias escenas.  Al principio el miedo de los discípulos se truncará en alegría cuando reciban la visita del Señor.  Volverá a aparecer cuando los discípulos cuenten a Tomás que han visto al Señor.  El texto no dice explícitamente cómo comunicaron a Tomás esta noticia. Pero esta noticia no la pudieron comunicar si no era con el corazón lleno de alegría: “¡hemos visto al Señor!”. El resucitado no sólo les deseará la paz sino que los mandará a la misión (“así también os envío yo”) y les dará autoridad para perdonar y retener los pecados.  Es una secuencia lógica: no se puede ir a la misión sin la alegría prendida en el corazón.  No se puede gozar de esa alegría sin la fe en Jesucristo.  Por eso la fe será tan necesaria.  Y desde luego, como Jesús le dirá a Tomás: se puede creer sin haber visto.
         Esta  visita de Jesús resucitado a los suyos es definida por el evangelista san Juan como un “signo”.  Los signos de Jesús tienen como finalidad despertar, fortalecer y hacer crecer la fe de los suyos.   Jesús se aparece a los suyos no para reprocharles su cobardía o sus dudas de fe, sino para animarles e infundirles coraje y esperanza.  Las últimas líneas de este evangelio son un añadido del redactor que, a mi entender, dan el verdadero sentido a toda la escena y a todo el evangelio. Este relato, como todos los contenidos en las Escrituras, fue escrito para que nosotros creamos y para que creyendo tengamos vida en el nombre de Jesús.  Por eso, para el creyente la fe es la fuente de la vida verdadera.  ¿Quién nos puede ofrecer o prometer algo parecido?

Rubén Ruiz Silleras.

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