Comentario evangélico. Domingo 15 A Ordinario.

LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
      
       Jesús ha comenzado a anunciar la llegada del reino de los cielos. Sus palabras han provocado rechazo y aceptación por igual. Él tiene interés en que su mensaje sea accesible a sus oyentes y, a través de parábolas, intenta explicar lo que supone de verdad la presencia del Reino. Así, el evangelio de este domingo nos narra la parábola del sembrador. A través de este sencillo,
práctico y sugerente relato, el Señor quiere trasmitir una enseñanza a los que le  escuchan. El lenguaje poético y simbólico al que recurre Jesús pretende interrogar al oyente sobre cómo se sitúa el mismo ante la llegada del reino. Además, en esta ocasión Jesús no se conforma con proponer
una historia y excepcionalmente, no suele ser lo normal a lo largo de los evangelios, Él mismo la explica.
       El Señor se encuentra en la orilla del lago, subido en una barca y lanza su propuesta. Entender el mensaje exige una disposición mínima por parte del corazón de quien le escucha. En su relato solo una  cuarta parte de la semilla esparcida brota y da fruto abundante. Es como si Dios, el
Creador, expresase su dificultad a la hora de conectar con el hombre, la criatura. Dios nos sigue hablando hoy. Un corazón embargado por los afanes de la vida, endurecido por vivir, solo centrado en sí mismo o rehén de una pertinaz superficialidad, se hace incapaz de percibir la presencia
de Dios y de acoger su propuesta y su palabra. Parece que todo el interés que Dios pone para sublimar el corazón del hombre, este lo desprecia o lo deja desvanecerse como algo ajeno o indiferente. Los creyentes, que somos hijos de nuestro tiempo, podemos contagiarnos de los males
que asolan la capacidad de abrirse a la trascendencia de nuestros contemporáneos. La parábola del sembrador se puede convertir, para nosotros, en un buen índice de cómo vivimos nuestra relación con Dios y si estamos acogiendo su mensaje y dando fruto. No nos debe preocupar que demos ciento, sesenta o treinta, lo importante es que podamos decir como San Pablo: la gracia de Dios no ha sido estéril en mí.
       El Señor a través del don de la fe que hemos recibido ha puesto un germen en el corazón de los creyentes que nos permite comprender y acoger la iniciativa de Dios. La misma explicación de la parábola, a la que antes aludíamos por poco usual, expresa la comprensión de los misterios de Dios, que el Espíritu Santo desarrolla en el corazón de la Iglesia. Los discípulos de Jesús preguntarán sobre el significado de las parábolas, pues no han recibido aún el Espíritu Santo y su entendimiento
no se ha abierto plenamente.
       Eso sucederá en la Pascua y en Pentecostés, de los que nosotros hemos sido ya partícipes. Lo que si tenemos por cierto es que si nuestro corazón está preparado seguro que fructificará. Así lo recuerda el profeta Isaías, comparando la fuerza de la palabra de Dios con la lluvia que hace germinar la semilla esparcida por el sembrador: “así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is. 55,11).
       Ser fieles al don de la fe recibida, nos capacita para participar con ilusión, generosidad
y fecundidad en la construcción del Reino de Dios.

† Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín

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