Comentario evangélico. Domingo XVI A Ordinario.

LA PARÁBOLA DE LA CIZAÑA

       El evangelio de este domingo vuelve a presentar el mensaje de Jesús en parábolas. Es muy importante para Él mostrarnos la importancia del Reino de Dios e intenta descubrirnos distintos aspectos del mismo a través de tres relatos. La parábola de la cizaña, que ocupa el lugar principal, nos expone la complejidad de que la propuesta del Reino fructifique en medio de los avatares de la historia y las tentaciones del Maligno. La de la levadura en la masa, nos ilumina sobre la eficacia y el poder transformador de la promesa de Dios, llenándonos de esperanza. Y finalmente la parábola del grano de mostaza nos muestra la sorprendente lógica de Dios, que de una realidad muy pequeña, aparentemente
inútil a los ojos de los hombres, puede hacer algo grande.
       En la parábola de la cizaña, que como el domingo pasado el propio Jesús vuelve a explicar, el mismo Señor vuelve a tomar el papel de sembrador. Una vez más contemplamos el interés por parte de Dios de que el hombre sea capaz de comprender, asumir y vivir su mensaje de salvación. Pero, lo vemos de manera muy gráfica en el relato, ese interés se ve en muchas ocasiones “contaminado” por el mal que se nos presenta, en tantas ocasiones, a lo largo de la vida.
       Es curioso ver la reacción de los criados de la parábola. Se hacen conscientes de la presencia del Tentador y de la existencia del mal y apelan al dueño del campo  para que este sea eliminado. Podríamos decir que buscan una situación idílica en la que todo sea favorable: entonces sí que podrá arraigar y brotar con fuerza la propuesta de Dios. Pero la propuesta de Cristo es muy realista y la realidad, como decimos
en Aragón, muy tozuda. En la vida del hombre, basta que nos remitamos cada uno a nuestra experiencia personal, se entremezclan el bien y el mal de manera constante. Esta realidad se convierte entonces en una prueba para nosotros, que nos sitúa en una disyuntiva muy aleccionadora: debo ser capaz con mi vida de
apostar por el bien y rechazar el mal. Lo que muchas veces constatamos en nuestra propia vida es que el bien, la construcción esperanzada del Reino de Dios, supone esfuerzo, exige atención y cuidado constante. Por el contra el mal se propaga por sí solo. Basta sembrarlo, y esta siembra que por desgracia nunca falta, para que crezca con fuerza inusitada aunque al principio pase desapercibido. Este se puede ir escondiendo en el corazón de las personas en forma de odio, maldad, celos… El mal está presente de
tal modo entre nosotros, y en ocasiones en nuestro corazón, que si lo dejamos fructificar nos puede llevar a la infelicidad temporal y, lo que es más dramático, a la infelicidad eterna.
       Como nos explica el propio Jesús, la esperanza no puede faltar nunca en nuestro horizonte. La siembra de la buena semilla de trigo no nos va a faltar nunca. La presencia de Dios nos llena de vida. Él
confía en nosotros y apuesta por el hombre. Pero debemos estar alerta e introducirnos, con la ayuda de Dios, en la dinámica de vencer el mal con sobreabundancia de bien. Gran reto para construir con
determinación el Reino de Dios, al que todos  estamos llamados.


† Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín

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