El Bautismo del Señor (13-1-2013).

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.

Con el Bautismo del Señor concluye el tiempo de Navidad. Nos fuimos preparando con intensidad y en clave de esperanza a lo largo de las semanas del Adviento.
En Adviento escuchamos a Isaías anunciar que Dios estaba dispuesto a alumbrar ríos en cumbres peladas, manantiales en medio de las vaguadas. El profeta nos dijo que el Señor iba a transformar el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua. Vimos con nuestros ojos cómo Dios ponía cedros en el desierto, y acacias, y mirtos, y olivos, y vimos cómo crecían juntos en la estepa cipreses y olmos y alerces (cf. Is 41,18-19).
Se alegraba nuestro corazón conforme íbamos avanzando en el tiempo. Y cantábamos esperanzados y suplicantes: “Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia” (Is 45,8).
Desde el día 17 de diciembre se intensificó nuestro asombro y nuestros labios se abrieron para proclamar con admiración: ¡Oh, Sabiduría!; ¡Oh Adonay, Pastor de la Casa de Israel!; ¡Oh Renuevo del tronco de Jesé!; ¡Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel!; ¡Oh Sol que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia!; ¡Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia!; ¡Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, Esperanza de las naciones y Salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro!
Escuchamos el anuncio del ángel a los pastores en su vigilia nocturna: “No temáis, os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Y llegamos a postrarnos ante la “señal”: “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12).
Y aquel niño es la Palabra que ya existía en el principio, y que estaba junto a Dios y que era Dios (Jn 1,1).
Contemplando a Jesús, a María y a José en Nazaret aprendimos de nuevo las tres grandes lecciones del silencio, de la vida familiar y del trabajo.
Sobre la escena del Bautismo nos dice san Gregorio Nacianceno: “Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido adorado cuando estaba en él, el que era y que había de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará”.
Leemos en el “Sermón en la santa Teofanía”, atribuido a san Hipólito: “La corriente inextinguible que alegra la ciudad de Dios es lavada con un poco de agua. La fuente inalcanzable, que hace germinar la vida para todos los hombres y que nunca se agota, se sumerge en unas aguas pequeñas y temporales”.
Cuando Jesús asciende de las aguas eleva al mundo hacia lo alto. Nos indica un camino que Él mismo traza con sus huellas. Él mismo se hace camino, y nuestro movimiento ya no es un transitar desorientado y vagabundo, sino un itinerario en el que sentimos la serena compañía de quien no nos abandona nunca y se convierte en lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.



+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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