¿Qué exige el Señor de nosotros? (13-1-2013)

“¿QUÉ EXIGE EL SEÑOR DE NOSOTROS?”

Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.

El “Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos” publicó en 1993 el “Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo”, donde se afirma: “El movimiento ecuménico pretende ser una respuesta al don de la gracia de Dios, que llama a todos los cristianos a la fe en el misterio de la Iglesia, según el designio de Dios que desea conducir a la humanidad a la salvación y a la unidad en Cristo por el Espíritu Santo” (n. 9).
El número 15 de la Constitución conciliar “Lumen Gentium” recogió ampliamente los “elementos de santificación y de verdad” que, de diversos modos, se encuentran y actúan fuera de los límites visibles de la Iglesia Católica: “Son muchos, en efecto, los que veneran la Sagrada Escritura como norma de fe y de vida y manifiestan un amor sincero por la religión, creen con amor en Dios Padre todopoderoso y en el Hijo de Dios Salvador y están marcados por el Bautismo, por el que están unidos a Cristo, e incluso reconocen y reciben en sus propias Iglesias o Comunidades eclesiales otros sacramentos. (...) Se añade a esto la comunión en la oración y en otros bienes espirituales, incluso una cierta verdadera unión en el Espíritu Santo. Éste actúa, sin duda, también en ellos y los santifica con sus dones y gracias y, a algunos de ellos, les dio fuerzas incluso para derramar su sangre. De esta manera, el Espíritu suscita en todos los discípulos de Cristo el deseo de trabajar para que todos se unan en paz, de la manera querida por Cristo, en un solo rebaño bajo un solo Pastor” (LG 15).
Podemos recordar las palabras de Juan Pablo II en “Novo Millennio ineunte”: “La confianza de poder alcanzar, incluso en la historia la comunión plena y visible de todos los cristianos se apoya en la plegaria de Jesús y no en nuestras capacidades” (NMI 48).
Cuando un cristiano es consciente de que la falta de comunión plena no se corresponde con los deseos de Cristo, siente pasión por la unidad y se convierte entonces en un “apasionado por la unidad”.
Para conseguir la restauración de la unidad perdida de los cristianos hemos de aportar todo nuestro esfuerzo y, sobre todo, hemos de pedir la ayuda de Dios. No debemos olvidar que “la unidad es la meta, y la oración el camino”. 
La promoción de la unidad de los cristianos es una respuesta a la oración de Jesús: “para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). La oración de Jesús es a la vez imperativo que nos obliga, fuerza que nos sostiene y saludable reproche por nuestra desidia y estrechez de corazón.
Nuestros esfuerzos, siendo humanos, se inspiran en la voluntad divina y son posibles gracias a la acción del Espíritu Santo. Más que una actividad, la búsqueda de la unidad es una vocación, una actitud y un deber de todos los que creemos en Cristo.
En la acción ecuménica actual se necesita compromiso, responsabilidad, superar el conformismo y el miedo a la diversidad dentro de la unidad. Pero, especialmente, se necesita la conversión del corazón, que nos hace suficientemente humildes para reconocer que no podemos estar satisfechos con el estado de nuestras divisiones.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.



+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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