La nueva vida en el Señor (14-4-2013).

LA NUEVA VIDA EN EL SEÑOR     

    Queridos hermanos en el Señor:
    Os deseo gracia y paz.
      
      Dios Padre nos ha abierto las puertas de la vida por medio de su Hijo, vencedor de la muerte. Durante el tiempo de Pascua suplicamos ser renovados por el Espíritu Santo para caminar, envueltos por la luz, por el sendero de la vida.
      Redescubrimos nuestra gozosa misión de ser testigos del Resucitado. Cantamos con el salmo: “Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 118,24). Y repetimos jubilosos: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 118,1).
      Proclamamos con alegría la misericordia de Dios que ha vencido a la muerte y nos hace partícipes de la vida que no tiene fin.
      “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”, decimos en la secuencia pascual. Verdaderamente, Cristo ha resucitado. La muerte ya no tiene poder sobre Él. La muerte ha sido vencida.
      Pascua es la fiesta de la nueva creación. Se ha abierto una nueva dimensión para la humanidad. La creación se ha hecho más grande y más espaciosa. Jesús resucita del sepulcro. La vida es más fuerte que la muerte. El bien es más fuerte que el mal. El amor es más fuerte que el odio. La verdad es más fuerte que la mentira. Cuando Jesucristo llega a vuestras vidas, amanece. La noche deja paso a la luz creciente del día sin ocaso.
      Jesucristo nos comunica su vida, su amor, su alegría, que es el gozo del Hijo de Dios hecho amor. Jesucristo quiere hacernos vivir en un amor constante, fiel y generoso. Ésta es nuestra vocación fundamental. Dios, que es amor, nos ha creado para comunicarnos su amor, para hacernos vivir en su amor. Escribe San Juan: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,9-10).
      La primitiva comunidad cristiana vivió el gozo intenso de la vida nueva, expresada en el testimonio de un amor fraterno que supera con creces todos los vínculos afectivos humanos conocidos. Un amor que tiene su origen en Dios, su modelo en Dios y su causa en Dios.
      Debemos agradecer al Señor que nos haga partícipes de su proyecto de amor, y ser conscientes de que debemos progresar continuamente en el amor.
      La vida cristiana no es sólo una moral, un comportamiento. Es originalmente una gracia, un don, una anticipación de la gloria. Es Cristo en nosotros. Ya tenemos ahora con nosotros y para siempre a Cristo Resucitado. La misión de la Iglesia consiste en convocar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, a los alejados, a los indiferentes, para que se dejen resucitar, vivificar, glorificar por Cristo.
    Pascua abre las fronteras del testimonio, extiende el horizonte de nuestra responsabilidad, dilata el ámbito de nuestro compromiso.
    En el tiempo de Pascua, nuestro corazón queda encendido en amor a Dios y se deja conducir por el Espíritu Santo. Así amamos ardientemente a Cristo como Señor, Maestro, Amigo y Hermano y trabajamos incansablemente para llevar a los hombres a participar de esta experiencia y de este amor.     

     Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

 

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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