Gracias (16-6-2013).

GRACIAS

 Queridos hermanos en el Señor:

     Os deseo gracia y paz.

      En el mes de junio recogemos algunos frutos de todo lo que hemos ido sembrando a lo largo de los últimos meses. Los agricultores cosechan el resultado de su esfuerzo, de la acción beneficiosa de la lluvia, y, sobre todo, de la providencia de Dios, Creador de todas las cosas.  Los alumnos recogen el resultado de su trabajo prolongado y paciente. Los catequistas participan en celebraciones gozosas que son un punto y seguido, nunca un punto final, después de un buen número de actividades.      

       Tenemos muchos motivos para dar gracias. Agradecer no es una simple cuestión de cortesía, de buena educación, sino de buen corazón. Por eso, se puede afirmar que el cristiano debe tener siempre mirada limpia para ver las continuas acciones gratuitas de Dios en favor nuestro, como lo hizo la Virgen María, cuya vida fue un prolongado “Magníficat”.      

      Nos dice el libro del Deuteronomio: “Guárdate de olvidar al Señor, tu Dios” (Dt 8,11).  Y explica: “No sea que, cuando comas hasta saciarte, cuando edifiques casas hermosas y las habites, cuando críen tus reses y ovejas, aumenten tu plata y tu oro, y abundes en todo, se engría tu corazón y olvides al Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud” (Dt 8,12-14). Repite: “Acuérdate del Señor, tu Dios: que es él quien te da la fuerza para adquirir esa riqueza” (Dt 8,18).      

       Dios no obra por obligación, sino por amor. Del mismo modo, nuestra gratitud no es una sencilla consecuencia de una obligación cortés, sino justa correspondencia a la acción precedente del Señor.       

       Agradecer es sinónimo de reconocer y valorar. Tener capacidad de reconocer es tener capacidad de admirar, de contemplar, de aprender, de olvidarse de sí mismo. En el “Gloria” de la Misa decimos: “Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor”. Le damos gracias por tantos motivos y por tanta vida que continuamente nos regala.      

         Y también damos gracias a quienes están a nuestro lado. Hay muchas personas a las que decimos, sencillamente, gracias. Por tantos gestos de desprendimiento, por tantas horas de generosidad, por tantos días, semanas, meses y años de entrega, de colaboración, de trabajo discreto y silencioso, pero fecundo y eficaz.      

         Es el momento de expresar, con palabras y gestos, nuestra gratitud. Saber agradecer es mirar positivamente los gestos, las actitudes, las manos abiertas de los que nos acompañan, nos animan, nos ayudan, nos aconsejan y nos estimulan con su ejemplo y con la calidad de su vida.      

         Para vivir en acción de gracias es preciso hacer memoria. Cuando se recuerda el pasado, la situación actual se descubre mejorada. De este contraste surge casi espontáneamente el agradecimiento, brota la memoria agradecida y reconocida.      

         Damos gracias al Señor porque orienta nuestra mente y nuestro corazón hacia Él, y porque todas nuestras actividades y nuestros sufrimientos, toda nuestra vida cristiana, quiere ser un testimonio luminoso de su misericordia y de su amor.

         Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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