Lumen Fidei (14-7-2013)

          Queridos hermanos en el Señor:  

          Os deseo gracia y paz.

           El Papa Francisco nos ha entregado su primera encíclica. El título “Lumen fidei” (la luz de la fe) nos sitúa en el contexto del Año de la Fe. Benedicto XVI ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica.      

           Resulta muy estimulante leer con serenidad el texto. En una primera aproximación, recojo algunas de las afirmaciones de los siete primeros números, que constituyen la sección introductoria.      

          “La luz de la fe: la tradición de la Iglesia ha indicado con esta expresión el gran don traído por Jesucristo, que en el Evangelio de san Juan se presenta con estas palabras: "Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas" (Jn 12,46). También san Pablo se expresa en los mismos términos: "Pues el Dios que dijo: “Brille la luz del seno de las tinieblas”, ha brillado en nuestros corazones" (2 Co 4,6)” (nº 1).      

            “(…) el hombre ha renunciado a la búsqueda de una luz grande, de una verdad grande, y se ha contentado con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino. Cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija” (nº 3).

           “Por tanto, es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre” (nº 4).       “La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro” (nº 4).      

           “La fe, que recibimos de Dios como don sobrenatural, se presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo. Por una parte, procede del pasado; es la luz de una memoria fundante, la memoria de la vida de Jesús, donde su amor se ha manifestado totalmente fiable, capaz de vencer a la muerte. Pero, al mismo tiempo, como Jesús ha resucitado y nos atrae más allá de la muerte, la fe es luz que viene del futuro, que nos desvela vastos horizontes, y nos lleva más allá de nuestro "yo" aislado, hacia la más amplia comunión” (nº 4).      

            “Deseo hablar precisamente de esta luz de la fe para que crezca e ilumine el presente, y llegue a convertirse en estrella que muestre el horizonte de nuestro camino en un tiempo en el que el hombre tiene especialmente necesidad de luz” (nº 4).      

             “El Señor, antes de su pasión, dijo a Pedro: "He pedido por ti, para que tu fe no se apague" (Lc 22,32). Y luego le pidió que confirmase a sus hermanos en esa misma fe” (nº 5).      

            “En la fe, don de Dios, virtud sobrenatural infusa por él, reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría” (nº 7).            

              Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo  de Jaca y de Huesca.

 

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