Peregrinar a Javier (21-3-2014)

PEREGRINAR A JAVIER           

Queridos hermanos en el Señor:      

Os deseo gracia y paz.

     Hemos compartido la gozosa experiencia de peregrinar a Javier, lugar de encuentro de multitud de personas, rompeolas de una innumerable marea de creyentes, foco de luz, de reconciliación y de gracia, punto de partida de la misión evangelizadora.  Peregrinar significa abandonar la comodidad, el bienestar cotidiano, la rutina. Significa ponerse en camino, iniciar la marcha ligeros de peso, valorando lo imprescindible y distinguiendo entre lo que es superfluo y lo que siempre es necesario.      

      Peregrinar es también una expresión del espíritu, una aspiración a metas más altas, más firmes, más seguras. La peregrinación orienta nuestra vida hacia una luz nueva, hacia una presencia que no se esconde, sino que se manifiesta. Es tender hacia el Señor, acompañados por el ejemplo y el estímulo de un gran santo peregrino. Entonces el sendero se hace plegaria.      

     Peregrinar tiene una dimensión penitencial. Muchas personas reciben la absolución sacramental, se sumergen en el manantial de la misericordia de Dios, reconocen humildemente sus deficiencias y limitaciones, abandonan un estilo de vida que no satisface, y acogen el perdón y la paz que llegan del Señor a través del ministerio de la Iglesia.       

      La peregrinación nos pone en marcha como pueblo. Esto no excluye el aspecto de recogimiento interior, de silencio contemplativo, de escucha atenta y serena de la voz del Señor. Vamos caminando junto a otros, experimentando su alegría, acompañando su dolor, sosteniendo su aflicción. No se trata solamente de encontrar personas, de adivinar inquietudes, de recoger retazos de conversaciones. Es más bien una inmersión en la marea de un pueblo que busca, que sufre, que disfruta del camino, que reza, que intercede y que agradece.      

       La celebración de la Eucaristía es el punto central, el momento decisivo, el espacio definitivo en el que el tiempo se concentra en torno al sacramento admirable. Llegamos con nuestra vida a la Eucaristía, la presentamos y ofrecemos. El Señor mismo nos habla cuando se proclama su Palabra. Jesucristo nos invita a estar con Él, a experimentar que el tiempo tiene un nuevo valor porque se convierte en ocasión propicia y momento saludable, tiempo de gracia. Cristo se entrega por nosotros, se ofrece para darnos vida. Se nos da como alimento y nos envía como discípulos misioneros, testigos del Evangelio.      

       Y el regreso, con el impulso renovado, con la pasión por anunciar la Buena Noticia con obras más que con palabras, con la experiencia restaurada de ser enviados. Con la memoria repleta de acontecimientos y de encuentros, de momentos compartidos, de experiencias vividas en clave de fe y de esperanza.      

       San Francisco Javier anduvo por los senderos siguiendo a Cristo-Camino, anunció el Evangelio de Cristo-Verdad y encontró nuevo sentido para su vida en Cristo-Vida.      

      “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 126[125],3). El Señor nos hace salir de nuestros hogares, nos acompaña en el camino y nos devuelve a los espacios de vida cotidianos. Pero ya no somos lo mismo. Porque en San Francisco Javier encontramos una medida humana de respuesta a una llamada divina, una posibilidad real de vivir la pasión por el Evangelio.           

       Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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