Tres sencillas razones para confesarse (30-3-2014)

TRES SENCILLAS RAZONES PARA CONFESARSE           

Queridos hermanos en el Señor:      

Os deseo gracia y paz.

      El Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización nos ha invitado, a través de la iniciativa denominada “24 horas para el Señor”, a valorar la Cuaresma como tiempo propicio para vivir la evangelización a la luz del sacramento de la Penitencia.      

      La Iglesia, en su oración, en su vida y en su obra es signo e instrumento del perdón y de la reconciliación. Pero hay muchas personas que se preguntan: ¿por qué tengo que confesarme? La respuesta tiene muchos matices, pero hay tres sencillas razones que nos animan a discernir.  

     1ª) El Señor nos espera. Como Padre misericordioso nos aguarda con paciencia infinita, con ternura inquebrantable. Es necesario tomar conciencia de la grandeza del don que se nos ofrece. Dios mismo nos sale al encuentro. Es mucho más lo que recibimos que lo que ponemos en su presencia. Jesucristo ha establecido un itinerario de perdón: “a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20,23). Como escribe San Benito, es preciso inclinar el oído del corazón y volver por el trabajo de la obediencia a Aquél de quien nos separamos por la desidia de la desobediencia.

     2ª) Los hermanos se lo merecen. Con el paso del tiempo, aunque sea de un modo sutil e imperceptible, nuestra alegría se desvanece, nuestro ritmo se decelera, nuestra proximidad se difumina, nuestra pasión por el testimonio del Evangelio se enfría, nuestro caminar se vuelve torpe e inseguro. En nuestro interior surgen síntomas de angustia, de dejadez, de desaliento, de impaciencia, de brusquedad. Los hermanos experimentan que el trato con nosotros no es tan amable, que nuestros gestos no son delicados, que nuestras palabras son inoportunas.  

     3ª) Todos lo necesitamos. San Ignacio de Loyola nos recuerda que nos hemos de preparar y disponer para quitar de nosotros todo lo desordenado, para buscar y hallar la voluntad de Dios. Todos somos pecadores, y el reconocimiento de nuestra fragilidad e inconsistencia es el primer paso para iniciar un proceso de renovación. Con el pecado ofendemos a Dios y rompemos la comunión con Él. Al mismo tiempo fracturamos la comunión con la Iglesia y se produce una ruptura en el interior de nosotros mismos.      

     Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica (números 1423-1424) el nombre de este sacramento es variado. Se le denomina “sacramento de conversión” porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión, la vuelta al Padre del que nos alejamos por el pecado. “Sacramento de la penitencia” porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación. “Sacramento de la confesión” porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote es un elemento esencial. “Sacramento del perdón” porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede “el perdón y la paz”. “Sacramento de reconciliación” porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia.      

      La fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con Él con profunda y renovada amistad. Puesto que el pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna, el sacramento nos reconcilia con la Iglesia. Y el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en lo más íntimo de su ser y recupera la propia verdad interior.            

       Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

 

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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