Nuestra Señora de la prontitud (4-5-2014)

NUESTRA SEÑORA DE LA PRONTITUD

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

       En el mes de mayo la mirada se dirige hacia la Virgen María, la fe se vuelca en las calles y caminos, el Pueblo de Dios se pone en marcha en multitud de romerías y peregrinaciones, recuperamos el gozo de sentirnos acompañados y renovamos nuestro deseo de convivir como hermanos.  Solemos emplear la expresión “vamos a ver a la Virgen” cuando peregrinamos hacia algún santuario o ermita. Allí experimentamos una transformación radical. Más que mirar, somos mirados con afecto, con ternura, con amor. Y aprendemos a mirar de manera distinta.      

       La Virgen María nos enseña a mirar a su Hijo. Nos muestra a Jesús Niño o a Cristo que ha experimentado por nosotros la pasión del amor.      

       La Virgen María nos enseña a mirar de forma diferente a los hermanos. Ella, después del anuncio del ángel Gabriel, “se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá” (Lc 1,39). Fue a servir a Isabel. María supo mirar fuera de sí y descubrió la urgencia de atender a una mujer de edad avanzada que llevaba una criatura en su vientre.      

       La prontitud con que se dispuso a salir de su propio ambiente para salir al encuentro de una nueva vida en el seno de Isabel envejecida nos impulsa a ser diligentes en nuestro servicio desinteresado hacia los hermanos más necesitados.      

       La prontitud de María se expresa de igual modo en el episodio de las bodas de Caná. También allí supo mirar con afecto y actuó en consecuencia. Vio una necesidad y pronunció las palabras oportunas para que Jesús realizase el primero de sus signos y manifestase su gloria, de modo que los discípulos creyeron en Él.      

       La prontitud de María se había hecho disponibilidad receptiva y acogedora cuando contestó en el momento de la anunciación: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” le había dicho el ángel. Estas palabras le sorprendieron y le hicieron preguntarse sobre aquel saludo.      

       La prontitud de María apareció como diligencia orante cuando su alma proclamó la grandeza del Señor y su espíritu se alegró en Dios, su Salvador (cf. Lc 1,46-47). Ella se sintió envuelta en la mirada de amor de Dios, y se consideró humildemente esclava.      

       La prontitud de María se manifestó como solicitud amorosa cuando envolvió a su Hijo en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada (cf. Lc 2,7).      

       La prontitud se hizo búsqueda angustiada cuando Jesús, de doce años, se perdió en el templo, ocupado “en las cosas de su Padre” (Lc 2,49).      

        La prontitud le llevó junto a la cruz de Jesús y experimentó la mirada de su Hijo antes de morir.      

       La prontitud le hizo perseverar unánime en la oración junto con los discípulos de Jesús.      

       La Virgen María nos enseña a mirarnos a nosotros mismos y nos permite descubrir lo que somos y lo que debemos ser. Nos permite discernir nuestra auténtica realidad, nuestra verdad más íntima y, al mismo tiempo, percibir el proyecto de Dios sobre nosotros.      

       La Virgen María nos interpela para vencer la inercia y la pereza y poder ser diligentes, dispuestos en cualquier ocasión y circunstancia a actuar en consecuencia cuando vemos una necesidad. La prontitud es una actitud de celeridad, de presteza, de viveza de ingenio, de capacidad de respuesta.        

       Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

 

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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