El Señor nos precede (1-6-2014)
EL SEÑOR NOS PRECEDE
Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
Cuarenta días después de la Resurrección, Jesús sube al cielo, vuelve al Padre, que lo había enviado al mundo. Jesús asciende a lo más alto del cielo como mediador entre el Padre y los hombres. “No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como Cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino” (Prefacio I de la Ascensión del Señor). Jesús no se separa de nuestra condición humana. En su humanidad, asume consigo a los hombres en la intimidad del Padre y nos revela el destino final de nuestra peregrinación terrena. Jesús asciende para hacernos compartir su divinidad y “ahora intercede por nosotros como mediador que asegura la perenne efusión del Espíritu” (Prefacio para después de la Ascensión).
De la misma manera que por nosotros bajó del cielo, y por nosotros sufrió, nos amó hasta el extremo, y murió en la cruz, así también por nosotros resucitó y subió al Padre. En Cristo, nuestra humanidad es llevada a la altura de Dios. Por lo tanto, Jesús no está lejos, sino que nos permite penetrar en las alturas del cielo. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, y entramos en el cielo, en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con Él.
¿Qué significa “vivir con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”? Entre otras cosas, ser conscientes de que, cada vez que rezamos, la tierra se une al cielo. Y, como el humo del incienso sube hacia lo alto, cuando elevamos al Padre nuestra oración confiada en Cristo, la plegaria atraviesa los cielos y llega hasta el mismo Padre, que la escucha y acoge.
“Vivir con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino” quiere decir no dejarnos robar la esperanza, no sentir miedo de seguir sus pasos, no temer en medio de los obstáculos y las incomprensiones, no perder el ánimo cuando experimentamos el sufrimiento, no cansarnos de salir al encuentro de los demás, no fatigarnos en nuestro itinerario permanente de formación, no dejar de ser discípulos misioneros, experimentar la alegría de ser miembros de la Iglesia, ser fieles a Jesucristo y a su Evangelio, para anunciarlo con la palabra y con la vida, dando testimonio del amor de Dios con nuestro amor hacia todos.
En la Audiencia general del 17 de abril de 2013 el Papa Francisco explicaba el significado de la Ascensión con estas palabras: “en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada junto a Dios; Él nos abrió el camino; Él es como un jefe de cordada cuando se escala una montaña, que ha llegado a la cima y nos atrae hacia sí conduciéndonos a Dios”.
Y añadía: “La Ascensión no indica la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él vive en medio de nosotros de un modo nuevo; ya no está en un sitio preciso del mundo como lo estaba antes de la Ascensión; ahora está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, cerca de cada uno de nosotros. En nuestra vida nunca estamos solos: contamos con este abogado que nos espera, que nos defiende. Nunca estamos solos: el Señor crucificado y resucitado nos guía; con nosotros se encuentran numerosos hermanos y hermanas que, en el silencio y en el escondimiento, en su vida de familia y de trabajo, en sus problemas y dificultades, en sus alegrías y esperanzas, viven cotidianamente la fe y llevan al mundo, junto a nosotros, el señorío del amor de Dios, en Cristo Jesús resucitado, que subió al Cielo, abogado para nosotros”.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca