San Pedro y San Pablo, discípulos misioneros. (29-6-2014)

 

SAN PEDRO Y SAN PABLO, DISCÍPULOS MISIONEROS

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

      En la oración colecta de la Eucaristía de este domingo rezamos: “Señor, tú que nos llenas de santa alegría en la celebración de la fiesta de san Pedro y san Pablo, haz que tu Iglesia se mantenga siempre fiel a las enseñanzas de aquellos que fueron fundamento de nuestra fe cristiana”.      

     La poesía manifiesta el contenido de esta celebración llena de santa alegría. El himno del Oficio de lectura pone en nuestro labios estas expresiones: “Pedro, roca; Pablo, espada. Pedro, la red en las manos; Pablo, tajante palabra. Pedro, llaves; Pablo, andanzas. Y un trotar por los caminos con cansancio en las pisadas. Cristo tras los dos andaba: a uno lo tumbó en Damasco, y al otro lo hirió con lágrimas. Roma se vistió de gracia: crucificada la roca, y la espada muerta a espada”.      

     “Pedro” es un nombre de oficio. No es un título de mérito, sino de servicio. Es “piedra” amada, elegida, llamada, enviada. Su vocación tiene origen divino y su destino está indisolublemente unido a Cristo. Pablo dice de sí mismo: “vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).      

       Hubo un momento crucial en que las vidas de san Pedro y san Pablo cambiaron radicalmente. Cuando conocieron el amor de Dios, le siguieron con todo el corazón, sin poner condiciones ni excusas. Gastaron su vida al servicio de los demás, soportaron sufrimientos y adversidades, sin guardar rencor, y respondieron al mal con el bien, difundiendo alegría y paz.      

      Antes de alcanzar la gloria del cielo, experimentaron alegrías y dolores, fatigas y esperanzas, consuelos y persecuciones, inquietudes y serenidad, desvelos y experiencias de luz. Siguieron a Jesucristo y el Señor les acompañó, les sostuvo y les orientó.      

      San Pedro fue la roca puesta por Jesucristo como fundamento de la Iglesia. San Pablo fue testigo del Evangelio entre los gentiles. Evangelizadores con Espíritu, san Pedro y san Pablo se abrieron sin temor a la acción del Espíritu Santo, quien les infundió la fuerza para anunciar el Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente.      

      Anunciaron la Buena Noticia no solamente con palabras sino, sobre todo, con una vida transfigurada en la presencia del Señor. La evangelización no fue para ellos un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada o resignadamente soportada. Anunciaron a Cristo con entusiasmo, fervor, generosidad, audacia y amor hasta el fin.      

      El martirio de ambos se presenta como la fuerza del amor que supera el odio y la violencia. Juntos fundaron una nueva ciudad edificada sobre el cimiento que es el Señor. Ambos nos indican con su vida dónde se encuentra la verdadera esperanza. Son testigos misioneros, enviados como primicias de la  obra de la salvación.      

      El ejemplo y la intercesión de estos dos santos nos invitan a renovar nuestro afán evangelizador y misionero, a iniciar un audaz éxodo para transmitir la Buena Noticia a todos los pueblos. Su sangre se fundió en un único testimonio de Cristo.       

      Oramos en el himno de las II Vísperas: “San Pedro y san Pablo, unidos por un martirio de amor, en la fe comprometidos, llevadnos hasta el Señor.

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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