Anunciar a alguien que ya está presente (6-7-2014)
ANUNCIAR A ALGUIEN QUE YA ESTÁ PRESENTE
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Alguno de vosotros me ha preguntado: ¿cómo puedo anunciar a Jesucristo si no me van a escuchar?, ¿cómo puedo ser testigo de la Buena Noticia en tierra de misión, o mejor, en un espacio hostil de “dimisión”, es decir, de rechazo explícito, de apostasía silenciosa? No es normal hablar de Dios en nuestras conversaciones habituales. Existe cierto recelo a la hora de introducir temas profundos y comprometidos en nuestros diálogos cotidianos. Dios es el Creador de la persona con la que dialogamos. El primer paso será, por consiguiente, maravillarnos por la presencia de Dios que se realiza, aunque de un modo imperceptible, en nuestro interlocutor. Es necesario admirar y agradecer la presencia del Señor como autor de esta naturaleza humana concreta con la que dialogo. En el interior de esa persona Dios quiere resplandecer. El Señor se está ocupando en este instante por crearlo con amor. Esa persona que tengo delante le cae divinamente a Dios. El Señor ha llamado a la existencia a este ser humano concreto. El Señor lo ha amado desde la eternidad, tiene para él un proyecto definido, lo llama para vivir una relación de amor recíproco y lo destina a un futuro de alianza definitiva.
La presencia de Dios en esta persona es inmensa e intensa. Aunque existan oscuras tinieblas, negaciones reiteradas, faltas de correspondencia, ceguera continua, sordera consciente, rechazo creciente.
Pero Dios sigue hablando a través de la creación y de las criaturas. Bernabé y Pablo dicen a los habitantes de Listra: “(Dios) no ha dejado de dar testimonio de sí mismo con sus beneficios, mandándoos desde el cielo la lluvia y las cosechas a sus tiempos, dándoos comida y alegría en abundancia” (Hch 14,17). San Pablo afirma en Atenas que Dios “no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,27-28).
Dios sigue dando testimonio de sí mismo aquí y ahora. Basta abrir los ojos para percibir la belleza y armonía de un amanecer, la serena llegada del ocaso, la explosión de luz y de color de la naturaleza viva. Basta con apreciar los gestos de generosidad y de sacrificio de tantas personas sencillas y buenas con las que convivimos cada jornada.
El dolor de los inocentes, el sufrimiento injusto, la sinrazón violenta y fratricida, el hambre de tantos pueblos y generaciones, el desequilibrio irracional, nos estremecen y conmueven. Esperamos y anhelamos una respuesta. Acudimos a Dios buscando una luz. Y Dios nos responde no a través de un razonamiento, sino por medio de una presencia que acompaña, sostiene, ilumina y orienta.
El testimonio auténticamente creíble es genuinamente cordial. Se trata de recordar, de pasar por el corazón una experiencia latente, escondida, pero eficaz y manifiesta. Los cristianos anunciamos a Alguien que ya está presente, activo y operante.
El testimonio es un don que Dios nos concede. La misión es una tarea que se nos confía, una responsabilidad que se nos ofrece, un compromiso compartido. Dios habla siempre a través de testigos porque desea compartir con nosotros su vida.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.