La luz del Señor (20-7-2014)
LA LUZ DEL SEÑOR
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Durante los meses de verano disfrutamos de luz más abundante. Agradecemos este precioso don que nos da nueva vida. Hoy reflexionamos y oramos con el tema de la luz.
En la primera página del Génesis leemos: “Dijo Dios: "Exista la luz". Y la luz existió” (Gn 1,3). A la luz se le atribuye la primera bienaventuranza: “Vio Dios que la luz era buena” (Gn 1,4). En el paraíso recreado descrito por el Apocalipsis “ya no habrá más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará” (Ap 22,5).
La Biblia se abre con la luz de la creación y concluye con la promesa de la iluminación definitiva por parte del Señor. Entre estos dos polos, la luz aparece vinculada a la vida, la felicidad, la salvación, la bendición, la presencia divina, el día del Señor.
El tema de la luz da origen a un vocabulario sobre el hombre: nace a la luz, busca la luz, camina en la luz, huye de las tinieblas, es hijo de la luz o del día, realiza las obras de la luz.
En la larga peregrinación por el desierto, camino de la tierra prometida, Dios ilumina al pueblo elegido: “El Señor caminaba delante de los israelitas: de día, en una columna de nubes, para guiarlo por el camino; y de noche, en una columna de fuego, para alumbrarlos” (Ex 13,21).
El Siervo del Señor recibe una misión: “Te hago luz de las naciones” (Is 49,6). Los profetas describen la salvación como un triunfo de la luz: “para decir a los cautivos: "Salid", a los que están en tinieblas: "Venid a la luz"” (Is 49,9).
El ayuno que quiere el Señor es solidario, se basa en vencer la injusticia y en partir el pan con el hambriento, hospedar al pobre, cubrir al desnudo y no desentenderse de los demás. La consecuencia es nítida: “Entonces surgirá tu luz como la aurora, (…) brillará tu luz en las tinieblas” (Is 58,8.10).
El libro de Isaías canta a Jerusalén: “¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!” (Is 60,1). De igual modo: “Ya no será el sol tu luz de día, ni te alumbrará la claridad de la luna, será el Señor tu luz perpetua y tu Dios tu esplendor” (Is 60,19). La palabra de Dios es enseñanza, iluminación, luz, vida, salvación, camino, justicia, derecho, sabiduría. Canta el salmista: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 119,105). En la venida de Jesucristo “nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1,78-79). Su destino es ser “luz para alumbrar a las naciones” (Lc 2,32).
San Juan proclama: “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre” (Jn 1,9). Se pasa de la figura a la realidad. Se descarta lo falso por la irrupción del auténtico. Jesús afirma solemnemente: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).
San Pablo nos exhorta a caminar en la luz, “porque todos sois hijos de la luz e hijos del día” (1 Tes 5,5). Nos advierte: “La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz” (Rom 13,12). Y también nos recuerda: “ahora sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz” (Ef 5,8-9).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.