Fe, esperanza y amor (12-10-2014)
FE, ESPERANZA Y AMOR
Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
Rezamos en la oración colecta de la Misa de la fiesta de Nuestra Señora del Pilar: “Dios todopoderoso y eterno, que en la gloriosa Madre de tu Hijo has concedido un amparo celestial a cuantos la invocan con la secular advocación del Pilar, concédenos, por su intercesión, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”. Una plegaria que se centra en las tres virtudes teologales.
Una virtud es una actitud interior, una disposición estable positiva, una pasión puesta al servicio del bien. Las virtudes teologales tienen su fundamento en Dios, se refieren inmediatamente a Él y son para nosotros el camino para acceder a Él.
Presentamos al Señor una triple petición: 1) Fortaleza en la fe: frecuentemente nuestra fe está debilitada, es frágil, tenue, dubitativa, hasta intermitente. Corremos el riesgo de ser creyentes “resentidos, quejosos, sin vida” (Evangelii gaudium 2), evangelizadores “tristes y desalentados, impacientes o ansiosos” (Evangelii gaudium 10). Le pedimos al Señor que, por intercesión de la Virgen, haga fuerte nuestra fe, que le dé vigor y consistencia, alegría, empuje, arranque, dinamismo, coherencia. Mediante la fe asentimos a Dios, reconocemos su verdad y nos adherimos personalmente a Él. La fe consiste en una relación de confianza con Dios, con el corazón, con la inteligencia, con las emociones. La fe, que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz. La Virgen María es mujer de fe. 2) Seguridad en la esperanza: mediante la fe anhelamos, de modo firme y perseverante, el principio y fundamento de nuestra vida: alabar y servir a Dios. La esperanza nos orienta para encontrar en Dios nuestra plenitud y para caminar hacia Él. Charles Péguy hablaba de la esperanza como la “virtud pequeña”, que camina acompañada por sus dos hermanas mayores, la fe y la caridad. Benedicto XVI nos recordaba que la vida es como un viaje en el que necesitamos escudriñar los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las que han sabido vivir rectamente. En primer lugar, Jesucristo, la luz por excelencia, el sol que brilla en las tinieblas de la historia. Y María, estrella de esperanza (cf. Spe salvi 49). La Virgen María es mujer de esperanza. 3) Constancia en el amor: el amor no es simplemente un sentimiento. Es el amor de Dios que actúa en nosotros. El amor cristiano no es un afecto, sino una virtud mediante la cual nosotros, que no sentimos amados por Dios, que experimentamos que Él ha tomado la iniciativa amándonos eternamente, nos entregamos a Dios para unirnos a Él, y por amor a Dios, amamos a los demás. El amor, como virtud teologal, no tiene sombras ni ocasos, no es voluble ni cambiante. Pero tampoco es consecuencia de nuestros propios esfuerzos. Por eso, ha de ser solicitado al Señor. Solamente Dios nos puede conceder el don de la constancia para evitar la falta de tono, la tibieza y la mediocridad. El amor, la caridad, es la mayor de las virtudes, la energía que anima a las demás y las llena de la vida divina. La Virgen María es mujer que vive el amor. Le decimos a la Virgen del Pilar: Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell,obispo de Jaca y de Huesca.