Jesucristo Rey del Universo. (23-11-2014)
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
Con la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, concluye al ciclo anual de la liturgia de la Iglesia. Durante el año litúrgico la Pascua de Jesucristo se extiende, se actualiza, se expresa y se celebra en el tiempo.
Benedicto XVI al reflexionar sobre la petición “venga a nosotros tu reino” del Padrenuestro, escribe en su libro “Jesús de Nazaret”: “Con esta petición reconocemos, en primer lugar, la primacía de Dios: donde Él no está, nada puede ser bueno. Donde no se ve a Dios, el hombre decae y decae también el mundo. En este sentido, el Señor nos dice: ´Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura` (Mt 6,33). Con estas palabras se establece un orden de prioridades para el obrar humano, para nuestra actitud en la vida diaria”.
San Cipriano escribió: “Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera”. Verdaderamente Jesucristo es Rey y nuestro deseo es reconocer su realeza y trabajar con Él para que llegue a nosotros su reino, “el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (Prefacio de Jesucristo, Rey del Universo).
Jesucristo es Rey de todo el universo, del macrocosmos y del microcosmos; de la armonía de las estrellas y de la sintonía entre las personas; de los designios de la historia y de los latidos de nuestro corazón; del proyecto universal de salvación y de la vocación personal a la santidad de cada ser humano. Jesucristo es el centro de la creación, del pueblo y de la historia. Jesucristo es el principio, el centro y la meta de todo, de todos los seres y de todos los acontecimientos. Reconocer a Jesucristo como Rey significa asumir su voluntad como criterio de nuestra vida, establecer al Señor como centro de nuestra existencia, permitir que sea Él el camino seguro de nuestra historia personal y avanzar hacia Él como meta de nuestras aspiraciones y deseos.
Hemos de reconocer y acoger en la vida la centralidad de Jesucristo, de modo que nuestras obras, nuestros pensamientos y nuestras palabras sean obras, pensamientos y palabras de Jesucristo, es decir, obras genuinamente cristianas, pensamientos nítidamente cristianos y palabras verdaderamente cristianas.
El reconocimiento de la soberanía de Jesucristo sobre todo el universo no nos distrae de nuestra misión en el mundo, sino que nos compromete de un modo más exigente.
La condición para entrar en el Reino que Jesús anuncia es hacerse niño, abajarse, hacerse pequeño, nacer de lo alto, nacer de Dios. El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, a los que lo acogen con un corazón humilde.
Es un Reino que crece por el amor con que Jesucristo nos atrae hacia sí. No se extiende a la fuerza ni se propaga con la violencia. Se instaura en el interior de las personas y se difunde a través del testimonio. No se impone, se propone, y ha de ser acogido y recibido como un don y una responsabilidad, un regalo y un compromiso, una gracia y una tarea. Es un “Reino que no tendrá fin” (Credo de Nicea-Constantinopla).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obsipo de Jaca y de Huesca.