24 hoars para el Señor (8-3-2015).
24 HORAS PARA EL SEÑOR
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
El Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización nos invita a secundar una iniciativa que tiene por objeto valorar la Cuaresma como tiempo propicio para vivir la evangelización a la luz del sacramento de la Penitencia. Desde las cinco de la tarde del viernes 13 de marzo, y durante veinticuatro horas, se exhorta a que al menos una iglesia de cada diócesis permanezca abierta para facilitar la confesión sacramental, preferentemente en un contexto de adoración eucarística animada. Nuestra Diócesis apoya esta iniciativa y anima todos los proyectos que permitan a los fieles participar en la adoración de la Eucaristía y recibir la absolución sacramental durante las “24 horas para el Señor”, y a lo largo del tiempo de Cuaresma que nos prepara, como experiencia penitencial y ocasión de gracia, para la gozosa celebración de la Pascua. Alguno de vosotros me pregunta: “¿Por qué dedicar 24 horas para el Señor? ¿No es suyo el tiempo?”. Ciertamente, en la Vigilia pascual, mientras el sacerdote graba sobre el cirio el primer y el segundo número del año en curso, dice: “Suyo es el tiempo y la eternidad”. Puesto que el tiempo es suyo, porque le pertenecen cada instante, cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, y así hasta el final, precisamente porque el tiempo es posesión suya, no está de más que le dediquemos, de un modo consciente, veinticuatro horas para adorarle y pedirle perdón. El sacerdote sigue diciendo mientras graba los dos restantes números sobre el cirio pascual: “A Él la gloria y el poder, por los siglos de los siglos”. Adorar al Señor significa reconocer que solamente Él merece la gloria, que tan solo Él es digno de todo reconocimiento y gratitud.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, “la adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador” (nº 2628). Consiste en exaltar la grandeza del Señor que nos ha creado y su omnipotencia como Salvador que nos libra del mal. Es un gesto de humildad de espíritu y de silencio respetuoso en presencia de Dios. Es reconocimiento de su santidad, de su soberanía. La adoración nos llena de humildad y otorga seguridad a nuestras súplicas.
Puesto que reconocemos que nuestra adoración no es continua, ni perseverante, sentimos la necesidad de pedir perdón. Con frecuencia nos volcamos sobre las cosas y descuidamos al Señor. O maltratamos a las personas y no les reconocemos como hermanos. Hay ocasiones en que rompemos nuestra relación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos. Por ello es preciso acudir a la fuente de la misericordia.
El Papa Francisco explica con claridad: “Celebrar el sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos en un abrazo caluroso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre” (Audiencia general, miércoles 19 de febrero de 2014).
El Señor nos llama insistentemente a la conversión. Su voz es apremiante. Su tono es persuasivo. Su invitación es insistente. Su promesa es renovadora y reconfortante: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28).
Jesús sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20,22-23).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.