Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (29-3-2015).

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR           

      Queridos hermanos en el Señor:      

      Os deseo gracia y paz.

      El Domingo de Ramos conmemoramos la entrada del Señor en Jerusalén. El pueblo se reúne en el atrio de la iglesia para bendecir los ramos y leer el evangelio, antes de entrar procesionalmente en el templo.      

      Los peregrinos que habían llegado a Jerusalén alfombraron con sus mantos el camino por donde pasaba Jesús, cortaron ramas de los árboles y gritaron palabras de la oración de la liturgia de los peregrinos de Israel. Las voces se convirtieron en una proclamación mesiánica: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas! (Mc 11,9-10).      

      La palabra hebrea “hosanna” aparece en el Salmo 118[117],25: “Señor, danos la salvación”. La exclamación “¡hosanna!” era una expresión de súplica, equivalente a nuestro “¡sálvanos!”. El séptimo día de la fiesta de las Tiendas, los sacerdotes daban siete vueltas alrededor del altar del incienso y repetían la exclamación monótonamente, para implorar la lluvia. La fiesta de las Tiendas se transformó de celebración de súplica en acontecimiento de alegría, y la súplica se convirtió en una exclamación de júbilo.      

       “¡Hosanna!” es una petición de ayuda constante para la victoria. Poco a poco se fue transformando en aclamación en honor de Dios. En la exclamación “¡hosanna!” reconocemos una expresión de múltiples sentimientos, tanto de los peregrinos que venían con Jesús como de sus discípulos. También nosotros dirigimos una alabanza jubilosa a Dios en la esperanza de que llegue la hora del Mesías y con la petición de que se instaure el Reino de Dios.      

       Con la expresión “Bendito el que viene en nombre del Señor” se saludaba a los peregrinos que entraban a la ciudad de Jerusalén o al templo. Era una bendición que dirigían los sacerdotes. Pero, con el tiempo, adquirió un sentido mesiánico. “El que viene en el nombre del Señor” se convirtió en una denominación del Aquel que había sido prometido por Dios.      

     Hoy nos asociamos en un acto de fe, saludamos a Jesús, que viene en nombre del Padre, y le reconocemos como el Esperado y el Anunciado por todas las promesas.      

      Y nos comprometemos a acompañar a Jesús cuando cesen el entusiasmo de las masas, los cantos de aclamación, el vibrar de los aplausos y el favor del pueblo. Al Señor le interesan los corazones, las convicciones, las raíces, no los éxitos clamorosos.      

      Pero intuimos el desenlace final en el que el odio, el engaño y la traición serán vencidos por la fuerza del amor. El amor se situará verdaderamente en el centro, como la realidad más firme y más sólida, como la única respuesta capaz de dar sentido a toda nuestra vida. Es la certeza del triunfo del amor la que nos pone en camino, como peregrinos hacia Jerusalén, conscientes de que la presencia del Señor siempre inaugura un estremecimiento interior, significa una purificación y un despojo.         

     Cuando Jesús entró en el templo de Jerusalén comenzó a observarlo todo. Se entretuvo en ver, no las piedras del edificio sagrado, sino el ánimo de los que estaban dentro. Miró no los colores del conjunto, sino los rostros.      

     Hoy aclamamos al Señor y experimentamos su mirada.            

     Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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