Testigos hasta el final (8-11-2015)
TESTIGOS HASTA EL FINAL
Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
Ser cristiano no significa triunfar siempre y en todas las circunstancias. Los cristianos no siempre alcanzamos el éxito, y hay muchas ocasiones en las que experimentamos con intensidad el dolor, la enfermedad y las contrariedades.
Los cristianos sabemos lo que significa el riesgo de una operación financiera equivocada, un golpe desafortunado en la economía doméstica, el cierre de la empresa, el despido injustificado, una decisión demasiado arriesgada, un desencuentro familiar, un accidente de tráfico, una enfermedad repentina.
Algunas personas conservarán siempre el doloroso recuerdo de aquel día en el que se corroboró un diagnóstico médico desfavorable. Lo que había comenzado con unas ligeras incomodidades, con el paso del tiempo se convirtió en una crónica debilidad, en una menguante fuerza interior. Aumentaron las dudas. Surgieron muchas preguntas. Sobre todo una: “¿Por qué a mí?”. Hubo un antes y un después. Quien hasta entonces se había distinguido por unas enormes ganas de vivir, no se reconoce a sí mismo cuando piensa si vale la pena sobrevivir de esta nueva manera.
A pesar de todo, siempre brilla una tenue luz de esperanza. Siempre es posible agradecer mil gestos de ternura, de amistad y cercanía, de comprensión y ayuda. Quien reconoce que necesita apoyo, abre una puerta a la convivencia y a la fraternidad, al amor generoso y solidario.
A pesar de todo, siempre es posible ser testigos hasta el final. Testigos en cualquier circunstancia. Testigos del valor de la vida. Testigos de la fe probada, de la esperanza cierta y del amor constante. Testigos de Jesucristo resucitado, vencedor de la muerte y Príncipe de la vida.
Es preciso distinguir entre ser inútil y carecer de utilidad. Hay quien deja de ser útil para una determinada función, como conducir o realizar deportes de riesgo, pero descubre en su vida nuevas utilidades, entre las cuales se cuentan disponer de tiempo para ayudar a los demás, para escucharles con paciencia o compartir algunas de las capacidades adquiridas durante muchos años.
En algunos países no se habla de “discapacitados”, sino de personas “con otras capacidades”. Si somos sinceros, basta con mirarnos un poco a nosotros mismos para descubrir muchas incapacidades. Somos muy limitados. Pero también estamos dotados de muchas posibilidades que el Señor nos ha regalado como semillas que han de crecer para dar fruto.
Dentro de nosotros palpita un deseo de felicidad. La fe no nos ahorra ningún esfuerzo para alcanzarla. Al contrario, nos impulsa para trabajar con mayor decisión. La fe nos abre los ojos para orientar nuestra búsqueda y discernir mejor el sendero. La fe nos permite ver con claridad las sendas perdidas que no llevan a ningún sitio y el auténtico camino que no es otro que el recorrido por Jesucristo que camina a nuestro lado.
Realmente es posible ser testigos hasta el final, hasta el momento en que, junto con el sufriente Job, podamos decir al Señor: “te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos” (Jb 42,5).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca