La vitalidad de neustras comunidades (3-6-2014)
LA VITALIDAD DE NUESTRAS COMUNIDADES
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Los cristianos sabemos que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se encuentra en Jesucristo. A la luz del Señor, los cristianos deseamos colaborar en la solución de los problemas de nuestro tiempo. Jesucristo sigue siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos. Estamos inmersos en una época de cambios bruscos y acelerados. Pero, en medio de todos los cambios, hay muchas cosas estables que tienen su fundamento último en el Señor.
No es posible una auténtica comunión con Cristo sin una genuina armonía con la comunidad eclesial. Desde Jesucristo, que es el manantial, el centro y la piedra angular, a través de ondas expansivas cada vez más amplias, se construye comunidad, se sirve a la comunidad y se vive en comunidad. Necesitamos comunidades vivas, abiertas para acoger en todo momento, dispuestas para servir en cualquier circunstancia, generosas para compartir ante cualquier necesidad. Comunidades misioneras, con espíritu genuinamente católico, es decir, universal. Comunidades integradas por piedras vivientes, testigos gozosos de la alegría del Evangelio. Comunidades que saben crecer a la luz de la Palabra de Dios e impulsadas por la celebración de los sacramentos. Comunidades que saben integrar, en equilibrada armonía, evangelización, celebración y compromiso. Comunidades que creen, celebran, viven y oran, animadas por el Espíritu Santo con un fervor responsable. Comunidades que trabajan solidariamente por la promoción de la justicia, puesto que están convencidas de que el compromiso en favor de la justicia y de la transformación del mundo es una parte constitutiva de la evangelización. Comunidades que viven el riesgo de una tarea evangelizadora que se renueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones, y, fundamentalmente, en su amor.
La comunidad no puede ser exclusivamente un recinto cerrado de autoabastecimiento espiritual. Un grupo encerrado en su propia problemática, clausurado en sus propios intereses, no puede resultar fecundo. La comunidad crece en la medida en que pone en práctica el mandato misionero de Jesucristo; es decir, cuando tiene capacidad de remar mar adentro y de echar las redes, confiando en la intervención del Señor.
Dentro de la comunidad hay diversidad de carismas y de ministerios. Ni todos hacemos lo mismo ni da lo mismo quien lo haga. Todos tenemos una común vocación de servicio, en virtud de nuestro bautismo. Pero el Espíritu concede a cada cual sus dones, para el bien común.
En cada cristiano conviven la gracia de la fraternidad y el impulso misionero. Esto supone capacidad para construir como hermanos y docilidad para ser guiados por el Señor Resucitado. Cada cristiano es acreditado como testigo, y está llamado a ser colaborador y corresponsable en el servicio nacido de la gracia. Toda la tarea de la Iglesia está encomendada a la materna intercesión de la Virgen María, Madre de Misericordia, que nos acompaña y guía con seguridad nuestros pasos al encuentro con el Señor.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca