Apóstoles para los jóvenes (18-3-2018)
APÓSTOLES PARA LOS JÓVENES
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
El lema del Día del Seminario, “Apóstoles para los jóvenes”, nos sitúa en un doble plano. Por una parte, está la apremiante necesidad de apóstoles, es decir, enviados, que experimenta la Iglesia en cualquier momento, pero, de modo especial, en las circunstancias actuales. Hay muchas personas que no conocen a Jesucristo, que tienen datos incompletos y distorsionados sobre la fe, que comparten informaciones erróneas sobre la Iglesia. Muchas personas que no han escuchado la Palabra de Dios.
Nuestro tiempo, como cualquier otra época, pero con carácter apremiante, necesita apóstoles que sientan la urgencia de la evangelización. Apóstoles liberados del afán de consumo y de poder. Apóstoles oyentes de la Palabra y dispuestos a salir de las falsas seguridades para caminar por senderos sin trazar. Apóstoles intrépidos y decididos, valientes y apasionados por el Evangelio.
El segundo aspecto consiste en que, aunque la Buena Noticia se dirige a todos, sin excepciones ni exclusiones, hay unos destinatarios privilegiados: los jóvenes. Ellos necesitan cercanía y apoyo, estímulo y seguimiento, discernimiento y compromiso. La Iglesia es consciente de poseer “lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas” (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, 8 diciembre 1965). El Día del Seminario nos invita a rezar con mayor intensidad y con más frecuencia por los que se preparan para ser evangelizadores con Espíritu y testigos misioneros. En un momento concreto de sus vidas hubo un cruce de miradas que fue definitivo. Experimentaron la mirada de Jesucristo, mirada cálida y envolvente, mirada misericordiosa y sanadora, mirada de amor y de esperanza. Y ellos también dirigieron una peculiar mirada hacia el Señor. Le miraron con gozo e ilusión, con mirada penetrante que trataba de expresar en palabras una experiencia fundamental. Se trataba de preguntar a Jesucristo: ¿Qué quieres de mí? Y en la respuesta se ponía en juego toda la vida.
Los seminaristas también nos ayudan con la alegría del seguimiento, la alegre conciencia de sentirse amados, llamados y enviados. Ellos han experimentado una vocación que da sentido y orientación a sus vidas. Se han puesto en camino. Viven cada día el gozo de seguir a Jesucristo, con el firme deseo de conocerle mejor y amarle más. Nos pueden contar su experiencia personal, su recorrido existencial, las luces y las sombras que han ido encontrando en su camino. Y hay un elemento distintivo: la alegría que brilla en lo profundo de sus miradas y la ilusión de caminar tras las huellas del Señor. Para ellos, cada día es una narración viva y personal de la alegría del Evangelio.
Junto a los seminaristas hay un grupo de sacerdotes, competentes y experimentados, que les acompañan en el discernimiento de la vocación. Por ello, también rezamos por los formadores, a quienes corresponde la guía y coordinación de las tareas que contribuyen al crecimiento de los seminaristas en las dimensiones de su formación: humana, espiritual, intelectual y pastoral. Todo ello se desarrolla en un clima comunitario que se caracteriza por el espíritu de familia y un proyecto de formación integral.
El Papa Francisco resumía lo que acabamos de exponer con estas palabras: “Se trata de custodiar y cultivar las vocaciones, para que den frutos maduros. Ellas son un "diamante en bruto", que hay que trabajar con cuidado, paciencia y respeto a la conciencia de las personas, para que brillen en medio del pueblo de Dios” (Discurso a la Plenaria de la Congregación para el Clero, 3 octubre 2014).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca