Cristo asciende para elevarnos (18-5-2018)
CRISTO ASCIENDE PARA ELEVARNOS
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
El acontecimiento de la Ascensión de Jesús, que es histórico y trascendente, marca la diferencia entre la manifestación de la gloria de Cristo resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre.
A lo largo de las últimas semanas hemos contemplado con los ojos de la fe, y hemos vivido con gozosa intensidad, el misterio de la resurrección que se hace presente y manifiesto en las apariciones de Jesucristo Viviente.
Ahora, la humanidad de Cristo, y con Él nuestra propia humanidad, entra en la gloria divina. Jesucristo nos abre el camino y nos indica el sendero. Nos guía, nos precede y acompaña.
Tenemos experiencia de caminar con aspecto sombrío por senderos abruptos y pedregosos. Sabemos lo que significa sentir el peso de una mochila llena de amarguras, reproches y sinsabores. Avanzamos lenta y pesadamente sin encontrar orientación y sin vislumbrar la meta. Es evidente el riesgo de dejarnos llevar por “un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico, o un bajo perfil sin energía” (Gaudete et exsultate, 122). Puede haber en nuestra vida y en nuestra actividad una falta de tono que es grave cuando procede de dentro. El consumismo empacha el corazón porque brinda placeres ocasionales y pasajeros, pero no la auténtica alegría. Nos sentimos paralizados por el miedo y el cálculo y solamente nos atrevemos a frecuentar senderos conocidos y en apariencia seguros.
No podemos prescindir del silencio para calmar nuestras ansiedades y para recomponer toda nuestra vida a la luz de Dios. Necesitamos ser educados en la paciencia de Dios y en sus tiempos, que no coinciden con los nuestros.
Jesucristo nos dice: “cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). La elevación de Cristo en la cruz significa y anuncia su elevación en la Ascensión al cielo.
Cristo asciende para hacerse, una vez más, camino. Asciende para orientar definitivamente nuestra mirada hacia los bienes de arriba y para dirigir nuestros pasos hacia el Padre. Nos atrae, nos eleva, nos hace más leve, suave y llevadero el yugo de cada día. Nos concede la audacia, la intrepidez, la valentía, la decisión, el ardor que son necesarios para proclamar con la vida el Evangelio.
Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. Es el Señor del universo y de la historia. En Él la historia de la humanidad y toda la creación encuentran su cumplimiento, su meta y su plenitud. Hacia Él se dirige todo. Y con Él todo alcanza su orientación definitiva.
Cristo no asciende para alejarse. Él es la Cabeza y está elevado y glorificado. Pero permanece unido a su Cuerpo, que es la Iglesia, y, por tanto, no se desentiende de la tierra. No se olvida de nosotros, sino que continúa alentando nuestra vida y nuestra misión para hacerlas más fecundas, más gozosas y más plenas.
Durante el mes de mayo, la fe se vuelve peregrina, andariega, caminante, y acudimos a gran cantidad de ermitas y santuarios para venerar a la Virgen María, que supo descubrir la novedad que trae Jesús y, llena de la alegría del Espíritu Santo, cantó las maravillas del Señor. Ella es la primera peregrina en la fe. Su corazón limpio y transparente, donde custodiaba el designio de Dios, y su mirada misericordiosa nos animan a vivir el Evangelio como único criterio, aspirando a los bienes que proceden de lo alto.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.