Sagrado Corazón de Jesús (10-6-2018)

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

       Queridos hermanos en el Señor:      

       Os deseo gracia y paz.

       En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos introducimos dentro de un Corazón abierto por nosotros, ante nosotros y para nosotros. La devoción Corazón de Jesús llega especialmente a quienes están sedientos de la misericordia de Dios, pues allí se encuentra la fuente inagotable del agua viva, capaz de regar el desierto más estéril para hacer florecer la esperanza.      

       A través del Corazón de Jesús se manifiesta el amor de Dios a la humanidad. Dios se ha hecho hombre y comparte con nosotros el latido de un corazón humano, el impulso de un corazón que conoce nuestros momentos serenos y nuestras circunstancias adversas, nuestros días de paz y nuestras jornadas de tormenta. Y, en medio de las situaciones más comprometidas e incomprensibles, nos inunda con su amor cálido y constante.      

       El Corazón humano de Jesús nos enseña a percibir en profundidad, a vivir con carácter personal y a compartir en experiencia eclesial la vivencia del amor filial hacia Dios y el amor al prójimo.      

       Durante el mes de junio dirigimos la mirada al Corazón de Jesús que reaviva en nosotros la fe en el amor salvador de Dios. La fe, que es fruto de la experiencia del amor de Dios, es una gracia, un regalo, que hemos de recibir y agradecer. El amor fiel de Dios a su pueblo se manifiesta y se realiza plenamente en Jesucristo. En su amor, no se rinde ante nuestra ingratitud y ni siquiera ante el rechazo.      

      La mirada puesta en el Corazón traspasado del Señor, de donde brotan sangre y agua, nos hace ver el principio de la vida sacramental (Eucaristía y Bautismo), y las múltiples gracias que tienen su origen en Dios y se derraman abundantemente sobre nosotros.      

       La misericordia de Jesús no es sólo sentimiento, sino una fuerza que da vida. Quien acepta el amor de Dios queda modelado por él. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, y ese amor es una llamada que solicita y necesita respuesta. El Corazón traspasado de Cristo no nos deja indiferentes ni insensibles. Es un manantial que riega nuestra sequedad e infunde calor de vida en nuestro gélido interior.

       Acostumbrados a un tipo de vida mediocre y superficial, agobiados por tantas sugerencias que nos invitan a vivir y disfrutar el fragmento de cada ocasión, necesitamos crecer hacia dentro, en calidad e intensidad, desde una perspectiva distinta y con un horizonte diferente. No podemos contentarnos con sobrevivir. No nos satisface deslizarnos por la vida. No nos llena lo efímero. No somos felices viendo cómo pasa y cómo pesa la vida.      

      Necesitamos beber del Corazón divino de Jesús, que es fuente de vida y de santidad. Jesús es el manantial de donde brota la vida divina en cada persona. Y esa vida es el inicio de la santidad de Dios en cada uno de nosotros, el reflejo de su luz y el testimonio de su gracia.      

       Mirar el Corazón traspasado de Cristo nos libra de todo abatimiento y desconsuelo, nos levanta de nuestra postración, para que podamos reanudar el camino con la fuerza que Él nos da. Dirigimos nuestra mirada hacia el Señor que ha sido el primero en inclinarse hacia la humanidad, como buen Samaritano, para socorrernos y devolvernos la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios y cansados de caminar por sendas perdidas.  El mundo de hoy necesita un testimonio evangélico cada vez más intenso e incisivo. Invocamos al Sagrado Corazón de Jesús para que promueva un proceso de renovación interior en todos nosotros.        

        Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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