Somos una misión (9-6-2019)
SOMOS UNA MISIÓN
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Antes de anunciar el Evangelio es necesario abrirse al Espíritu Santo que es quien nos sostiene en nuestra debilidad. Es preciso recibir la fuerza que viene de lo alto. Solamente quien se deja llenar de la potencia del Espíritu puede comprender el proyecto de Dios que se realiza en la historia, aceptarlo como propio y dar testimonio. La fuerza del Espíritu Santo que desciende sobre nosotros nos convierte en testigos de Jesucristo, evangelizadores con Espíritu, misioneros, enviados. Para vivir esta realidad necesitamos que se nos conceda Espíritu de sabiduría y de revelación y que Dios ilumine los ojos de nuestro corazón.
El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, nos hace capaces de actuar en el nombre de Jesús. Somos como tierra reseca, árida, agostada. Pero el Espíritu Santo se convierte dentro de nosotros en un manantial de agua viva, en un torrente de vida y fecundidad.
El Espíritu Santo nos hace capaces de prolongar la obra de Jesús en el mundo siendo sus testigos hasta los confines de la tierra. Un grano de mostaza se puede convertir en un árbol acogedor. Unos pocos panes y un puñado de peces pueden multiplicarse para alimentar a la multitud. Una virgen de Nazaret, localidad de la que no se esperaba nada, llega a ser Madre de Dios. Las más humildes experiencias de cada día se convierten en el nido donde habita el Espíritu Santo.
En Pentecostés celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar para que cada fiel laico, lleno del Espíritu Santo descubra que es “una misión”, como afirma el Papa Francisco: “La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar” (Evangelii gaudium, 273).
Los fieles laicos están inmersos en las realidades temporales y han de sentirse Iglesia en medio del mundo. Frente a la secularización, la apatía y la indiferencia religiosa, están llamados a anunciar el Evangelio a todas las personas y a todos los ambientes.
Los fieles laicos desarrollan su condición de discípulos misioneros de Cristo viviendo la santidad encarnada en el contexto de cada día. A cada uno de nosotros nos dice el Papa Francisco: “Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión. Inténtalo escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy” (Gaudete et exsultate, 23).
El mundo necesita escuchar la Buena Noticia. Sin el anuncio explícito de Jesucristo no puede haber auténtica vida ni genuina libertad. Si callamos, hasta las piedras hablarán. San Pablo VI afirmaba que evangelizar es “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad” (Evangelii nuntiandi, 19).
El Espíritu Santo infundido en nuestros corazones nos ayuda a ser, con actitud agradecida y sencilla, testigos de la presencia de Cristo en el mundo actual. Tenemos la fuerza del Espíritu Santo para “ser misión”.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca