Atraidos por el rostro amado que adoramos en la Eucaristía (30-6-2019)
ATRAÍDOS POR EL ROSTRO AMADO QUE ADORAMOS EN LA EUCARISTÍA
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
La Eucaristía es la raíz y la cima, la fuente y la cumbre de la vida cristiana y de toda la acción de la Iglesia. Es nuestro mayor tesoro y contiene todo el bien espiritual de la Iglesia.
La presencia eucarística nos recuerda que Dios no es un ser lejano, sino que está muy próximo. Se complace en estar junto a nosotros. El Padre nos ha enviado a su Hijo para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Y Jesucristo ha querido quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos. En el silencio de la adoración, en las solemnes procesiones, en los actos de culto o en las celebraciones eucarísticas rendimos un homenaje de fe y de amor a la presencia real de Jesucristo en este sacramento.
Ante Jesucristo hecho Eucaristía nos detenemos con diversas actitudes que dan lugar a la alabanza, la adoración, la acción de gracias, la súplica, la intercesión, el diálogo amoroso, el “ser” en su presencia, la contemplación serena, la meditación pausada. Y la presencia sacramental de Cristo también es fuente de amor. El encuentro eucarístico engendra amor. La autenticidad de nuestra unión con Jesús sacramentado se traduce en nuestro amor verdadero a todos los hermanos. Se refleja en nuestro modo de vivir, en nuestra manera de tratar a la familia, a los amigos, a los vecinos, a todas las personas. La unión con Jesucristo nos compromete a vivir en paz con todos. La Eucaristía es fermento de caridad y vínculo de la unidad que Jesucristo desea, ofrece y garantiza.
Desde el diálogo silencioso y contemplativo ante Jesucristo, le adoramos con una actitud sencilla de presencia, recogimiento y esperanza. Creyendo, esperando y amando adoptamos determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas y opciones permanentes.
El Papa Francisco afirma que hemos de pedir que el Señor libere a la Iglesia de la tentación de “creer que es joven porque cede a todo lo que el mundo le ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se mimetiza con los demás”. Por ello añade que la Iglesia es joven “cuando es ella misma, cuando recibe la fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la presencia de Cristo y de la fuerza de su Espíritu cada día. Es joven cuando es capaz de volver una y otra vez a su fuente” (Christus vivit, 35).
El Papa recomienda a cada joven: “déjate amar por Dios, que te ama así como eres, que te valora y respeta, pero también te ofrece más y más: más de su amistad, más fervor en la oración, más hambre de su Palabra, más deseos de recibir a Cristo en la Eucaristía, más ganas de vivir su Evangelio, más fortaleza interior, más paz y alegría espiritual” (Christus vivit, 161).
Las semillas de los jóvenes se pueden convertir en árbol y cosecha. “Todo ello desde la fuente viva de la Eucaristía, en la cual nuestro pan y nuestro vino se transfiguran para darnos Vida eterna” (Christus vivit, 173).
En medio de los cambios de la historia “hay regalos de Dios que son siempre actuales, que contienen una fuerza que trasciende todas las épocas y todas las circunstancias: la Palabra del Señor siempre viva y eficaz, la presencia de Cristo en la Eucaristía que nos alimenta, y el Sacramento del perdón que nos libera y fortalece” (Christus vivit, 229).
El Papa recomienda a los jóvenes que corran “atraídos por ese Rostro tan amado, que adoramos en la Sagrada Eucaristía y reconocemos en la carne del hermano sufriente” (Christus vivit, 299).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca