Junto a la Virgen María (14-7-2019)
JUNTO A LA VIRGEN MARÍA
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Durante los meses de verano continúan las peregrinaciones, romerías, fiestas patronales y celebraciones que tienen como centro algunas advocaciones marianas. La Virgen María tiene un especial poder de convocatoria. Alrededor de la Madre de Dios se congregan los hijos que vienen de lejos para encontrarse con los que viven más cerca. Hay quienes realizan centenares y miles de kilómetros para acudir a la cita anual. Y, junto a la Virgen María, se vive un vínculo de pertenencia y una especial experiencia de fraternidad.
A los pies de la Madre de Dios se presentan las venturas y las desventuras, los afanes y los retos, los logros y las penalidades, los deseos y las realidades, las súplicas y la acción de gracias. Un mosaico de sentimientos y de vivencias. Un tejido de hilos vitales. Una amalgama de sabores y de fragancias. Sencillas miradas del corazón lanzadas hacia lo alto se acumulan con silenciosas plegarias, con oraciones a viva voz, con cantos y con momentos de contemplación agradecida.
El paso firme a lo largo de la peregrinación recuerda el peso de la vida. Cada pisada es un avance que deja una huella en el terreno, un poso de recuerdos y nostalgias. El paisaje evoca, convoca y provoca. Evoca experiencias vividas de generación en generación. Convoca a la alegría de compartir y de compartirse. Provoca admiración y respeto hacia el Creador de tantas maravillas.
Le pedimos a la Virgen María que nos muestre a su Hijo. Y ella nos enseña a llevar a Jesús en el corazón y a comunicarlo al mundo. Benedicto XVI dijo el 15 de agosto de 2005: “Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios. Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna”. Y el 15 de agosto de 2006 afirmó: “La luz sencilla y multiforme de Dios sólo se nos manifiesta en su variedad y riqueza en el rostro de los santos, que son el verdadero espejo de su luz. Y precisamente viendo el rostro de María podemos ver mejor que de otras maneras la belleza de Dios, su bondad, su misericordia. En este rostro podemos percibir realmente la luz divina”.
El Papa Francisco escribió en su encíclica “Lumen fidei”: “Nos dirigimos en oración a María, madre de la Iglesia y madre de nuestra fe. ¡Madre, ayuda nuestra fe! Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada. Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa. Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe. Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar. Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado. Recuérdanos que quien cree no está nunca solo. Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino. Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor” (nº 60).
También Benedicto XVI nos animaba a rezar con estas palabras: “Santa María, Madre de Dios, tú has dado al mundo la verdadera luz, Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios. Te has entregado por completo a la llamada de Dios y te has convertido así en fuente de la bondad que mana de Él. Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él. Enséñanos a conocerlo y amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento” (Deus caritas est, 42).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca