Caminamos admirados con inmensa gratitud (22 y 29-12-2019 y 5-1-2020)
CAMINAMOS ADMIRADOS CON INMENSA GRATITUD
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
A lo largo de los próximos días se nos invita a realizar un gozoso recorrido que nos lleva desde la espera activa, pasando por el descubrimiento de una noticia que cambia el curso de la historia, hasta la agradecida actitud contemplativa delante del Hijo de Dios nacido en la humildad de nuestra carne.
1) Salimos al encuentro del Señor que viene y lo hacemos acompañados por las buenas obras que son consecuencia de su presencia y actividad dentro de nosotros. Nuestra vida y nuestra misión proceden del vigor que infunde en nuestro interior, semejante a la savia que desde la vid se manifiesta en los sarmientos. No esperamos pasivamente, sino que caminamos expectantes hacia Jesucristo que se acerca a nosotros.
2) Se anuncia a todas las gentes el acontecimiento que marca un antes y un después. Hubo un momento en la historia de la salvación en el que toda la creación aguardaba anhelante la respuesta de la Virgen nazarena. Desde que María pronunció, desde el corazón y con los labios, aquel definitivo “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38), se introdujo en el surco de la historia una semilla que germinó con el nacimiento del Salvador y cambió desde la raíz todos los aconteceres.
A partir de la noche en que se iluminó con sereno fulgor toda la oscuridad en que vivía la entera humanidad, la luz se hizo creciente y envolvente. Jesucristo nació para iluminar al pueblo de Israel y a todas las naciones, para disipar las sombras y las tinieblas en que caminaban todos los pueblos.
Todo había sido creado por Él y para Él. Todo tenía su origen en Él y todo alcanzaba su sentido, su destino y horizonte en Él. Además, todo tenía su consistencia en Él, porque sin Él todo es caos y vacío. A partir de Jesucristo se comenzó a contar el tiempo, porque todos los milenios, siglos, años, días, minutos y segundos alcanzan su valor y su significado en Él. Cristo es el Señor del tiempo, desde antes de todos los tiempos y por todos los siglos.
3) Contemplamos con agradecimiento a Dios que se hace pequeño y sencillo para señalarnos que solamente podremos reconocerle cuando nuestros corazones participen de su pequeñez y sencillez. Ante Él, descalzos de nuestras seguridades, carentes de cualquier mérito o título de honor, le ofrecemos no lo que poseemos, pues a Él le pertenece todo, sino lo que somos, que también es regalo de su infinita benevolencia.
El primer regalo que de Él hemos recibido; y, por consiguiente, el primer don que le presentamos es la vida. En Él vivimos. Él es el Señor de la vida. Es el manantial de la vida. Él es la Vida. Él viene para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Nuestra ofrenda es el compromiso de una vida auténtica, según su voluntad y abierta al servicio generoso a los demás.
El segundo regalo es el amor. El Señor nos ama con amor antecedente. Él tiene la iniciativa y nos precede siempre. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y no envió a su Hijo” (1 Jn 4,10). ç
El tercer regalo es la fe. A través de la puerta de la fe se nos concedió un caudal de gracia. Benedicto XVI afirmaba al inicio de su Carta apostólica “Porta fidei”: “"La puerta de la fe" (cf. Hch 14,27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida” (nº 1).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca