Cuaresma, una apremiente llamada a la conversión (1-3-2020)

CUARESMA: UNA APREMIANTE LLAMADA A LA CONVERSIÓN

      Queridos hermanos en el Señor:  

      Os deseo gracia y paz.

      La Cuaresma, tiempo de gracia, nos presenta una apremiante llamada a la conversión. San Pablo, en su Primera carta a los Tesalonicenses, se hace eco de la reacción de los cristianos de Tesalónica ante el anuncio del evangelio: “os convertisteis a Dios, abandonando los ídolos” (1 Tes 1,9). El texto se inserta en un fragmento que se considera como un resumen de la predicación del evangelio a los paganos (kerigma). Los tesalonicenses realizaron un proceso que causó admiración: convertirse de los ídolos a Dios.

      Convertirse significa volverse, regresar, dar la vuelta, cambiar de sentido, retornar, pasar de una a otra situación. Se indica un movimiento de regreso y de giro. Un movimiento espiritual que compromete toda la vida sobre un nuevo camino.      

       La conversión de los tesalonicenses se presenta indicando a la vez hacia dónde se volvieron y a partir de dónde: el proceso se realiza de los ídolos a Dios, de algo que no tiene consistencia en sí mismo al Dios de la revelación. Con el proceso de la conversión se inicia una separación positiva de una realidad precedente (los ídolos), para llegar a adherirse a una realidad nueva (Dios).       

      La conversión se comprende en relación con una persona; convertirse es volverse hacia Dios. Se trata de convertirse no a una doctrina, no a algo, sino a Alguien. Con demasiada frecuencia nos preguntamos: “¿de qué me tengo que convertir?”, cuando la pregunta se debe formular a otro modo: “¿a quién me tengo que convertir?”. Se trata de pasar de los ídolos al Dios vivo y verdadero.      

      Los ídolos se oponen a Dios. No son nada. “Ídolo” designa lo que no es realidad, sino pura apariencia y representación. Por consiguiente, también lo que engaña. En griego clásico, a partir de Homero, describe la figura, la sombra, el fantasma, en oposición a la realidad. La tradición cristiana designaba con este término las imágenes de los dioses que son vanidad y mentira: “simulacros”.      

      La traducción griega de los LXX adoptó el término para estigmatizar a los dioses “falsos y mentirosos” de las naciones paganas, seres dignos de desprecio y de horror.      

       La conversión determina una conducta caracterizada por obras nuevas. La conversión se traduce en producir nuevos frutos. La separación de la idolatría sucede en función de la adhesión a Dios.       Convertirse significa buscar a Dios, caminar con Dios. Convertirse no es un esfuerzo de autorrealización, porque tenemos un destino que supera nuestras fuerzas y capacidades. La conversión consiste en aceptar, con libertad y amor, que dependemos absolutamente de Dios. Convertirse quiere decir no buscar lo efímero, lo caduco, lo aparente. Significa abandonar todas las falsas seguridades y seguir con sencillez y confianza al Señor.      

       La conversión es, sobre todo, una gracia, un regalo que abre el corazón a la infinita bondad de Dios. Él antecede con su gracia nuestro deseo de conversión y acompaña nuestros esfuerzos de adhesión plena a su voluntad.      

        La llamada a la conversión revela y denuncia la superficialidad que puede caracterizar nuestra vida. Convertirse es dejar un estilo de vida incoherente e ilusorio y comenzar a caminar tras las huellas de Jesús.

      Durante la Cuaresma acompañamos a Jesús de un modo más responsable y directo. Desde el primer paso conocemos y reconocemos su luz. Y, desde el primer instante, nos dejamos conquistar por Él.             Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+ Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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