Camino Cuaresmal (15-3-2020)
CAMINO CUARESMAL
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Durante el tiempo de gracia de Cuaresma caminamos tras las huellas de Jesucristo. Él nos dice: “Yo soy el camino” (Jn 14,6). Y Él se pone a nuestro lado, como lo hizo junto a los sus discípulos que se alejaban de la Jerusalén de la desilusión: “Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos” (Lc 24,15).
Caminar no significa solamente dar pasos. Se puede andar de modo indiferente y desorientado. Se puede avanzar un poco para retroceder de inmediato. Se puede girar en redondo en una incesante réplica de los pasos conocidos por senderos triturados. Caminar supone dirigirse hacia un objetivo, avanzar hacia una meta. El camino cuaresmal nos orienta hacia Jesucristo, manantial de luz. Avanzamos acompañados por su palabra, escuchando a cada instante el eco de su voz. Saboreamos cada momento del itinerario. No buscamos atajos cuando el camino está trazado a sangre y fuego. No necesitamos explorar nuevas aventuras cuando nuestro destino tiene rostro. Nunca estaremos solos cuando nos guía una persona digna de fe.
A los discípulos de Emaús, Jesús mismo “comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras” (Lc 24,27). Después, “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (Lc 24,30-31).
Se puede hacer alguna pausa, pero solamente para recuperar fuerzas, para aliviar dolores, para refrescar la memoria, para incentivar el anhelo, para proseguir el camino. Y, en el caso de los discípulos de Emaús, en sentido inverso, hacia la Jerusalén de la resurrección, punto de partida del anuncio gozoso y definitivo.
Según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia el camino es “tierra hollada por donde se transita habitualmente”. Es tierra que ha sido ya antes pisada por los pies del Maestro. Es tierra santificada por su presencia, tierra rescatada con su vida, tierra aromatizada con el perfume de su gracia. En Cuaresma transitamos, caminamos de modo habitual y ordinario. Caminamos porque es grande la certeza. Caminamos porque el sendero es conocido y, a la vez, inédito. Es un itinerario ya realizado por Jesucristo, pero novedoso para cada uno de nosotros. Caminamos porque es inexcusable el encuentro. Caminamos porque sentimos que la meta está cada vez más cerca.
Los samaritanos, después de escuchar el testimonio de la mujer que les habló acerca de Jesús, “salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él” (Jn 4,30). El funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún y que fue a ver a Jesús para pedirle que bajase a curar a su hijo, al escuchar de labios del Señor: “Anda, tu hijo vive”, “creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino” (Jn 4,50).
En Cuaresma nos ponemos en camino, nos situamos en marcha. Con el ligero equipaje imprescindible para cada jornada. Sin el peso de lo superfluo. Con el paso seguro y firme. Con el poso de un sedimento de experiencias que nos permiten decir que ya no solamente sobrevivimos, ni malvivimos, sino que vivimos en esperanza.
Benedicto XVI dijo: “La Cuaresma nos impulsa a dejar que la palabra de Dios penetre en nuestra vida para conocer así la verdad fundamental: quiénes somos, de dónde venimos, a dónde debemos ir, cuál es el camino que hemos de seguir en la vida” (Audiencia general, 1 marzo 2006).
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca