Madre del Señor y Madre neustra (3-5-2020)
MADRE DEL SEÑOR Y MADRE NUESTRA
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Comenzamos el mes de mayo en medio de muchas incertidumbres. Nos faltan seguridades. Abundan las preguntas. No conseguimos vislumbrar el futuro inmediato y tampoco el tiempo más lejano.
Elevamos la mirada a la Virgen María que vivió el riesgo, que supo de angustias, inquietudes y preocupaciones. Ella nos consuela con su presencia y con su intercesión. Ella nos acompaña para que no nos desorientemos. Ella nos anima para que no desfallezcamos. Ella nos alienta para que no cesemos de renovarnos.
El Papa Francisco decía en la homilía del uno de enero de este año: “Acercándose a María, la Iglesia se encuentra a sí misma, encuentra su centro, encuentra su unidad”.
La Virgen María no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia. El mes de mayo posee un vínculo muy fuerte con la Virgen. Encontramos profundas resonancias en las romerías, peregrinaciones y multitud de manifestaciones de la piedad popular.
El capítulo quinto del “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia” se titula “La veneración a la Santa Madre del Señor”. Destacamos tres afirmaciones:
1) “La piedad popular a la Santísima Virgen, diversa en sus expresiones y profunda en sus causas, es un hecho eclesial relevante y universal. Brota de la fe y del amor del pueblo de Dios a Cristo, Redentor del género humano, y de la percepción de la misión salvífica que Dios ha confiado a María de Nazaret, para quien la Virgen no es sólo la Madre del Señor y del Salvador, sino también, en el plano de la gracia, la Madre de todos los hombres” (nº 183).
2) “De hecho, "los fieles entienden fácilmente la relación vital que une al Hijo y a la Madre. Saben que el Hijo es Dios y que ella, la Madre, es también madre de ellos. Intuyen la santidad inmaculada de la Virgen, y venerándola como reina gloriosa en el cielo, están seguros de que ella, llena de misericordia, intercede en su favor, y por tanto imploran con confianza su protección. Los más pobres la sienten especialmente cercana. Saben que fue pobre como ellos, que sufrió mucho, que fue paciente y mansa"” (ibid.).
3) “La directriz fundamental del Magisterio, respecto a los ejercicios de piedad, es que se puedan reconducir al "cauce del único culto que justa y merecidamente se llama cristiano, porque en Cristo tiene su origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo conduce en el Espíritu al Padre"” (nº 186).
La Virgen María conoce nuestros desvelos y participa de nuestros problemas. Ella nos muestra a Jesús. Siempre nos orienta hacia Cristo.
El Papa Francisco dijo en la homilía de la Santa Misa en la Basílica del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida (24 julio 2013): “La Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide: "Muéstranos a Jesús". De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión siguiendo siempre la estela de María”.
Cuando María, movida por la caridad, se dirige a casa de su pariente Isabel, nos indica el sendero que hemos de recorrer con prontitud para ir al encuentro de los más necesitados. Y esto lo vivimos con intensidad en estos difíciles momentos de pandemia.
En la Liturgia de las horas entonamos una antífona que dice: “Madre del Redentor, virgen fecunda, puerta del cielo siempre abierta, estrella del mar, ven a librar al pueblo que tropieza y quiere levantarse”. Y en otra antífona, rezamos diciendo: “Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca