Caminando hacia Belén (20-12-2020)

CAMINANDO HACIA BELÉN

     Queridos hermanos en el Señor:
     Os deseo gracia y paz.

     Durante el Adviento salimos al encuentro del Señor que viene. Él vino en un momento concreto de la historia, cuando llegó la plenitud de los tiempos. Continúa viniendo en cada momento de nuestra vida. Y vendrá definitivamente al final de los siglos.
     Salimos gozosos al encuentro del Señor que viene y, pronto, demasiado pronto, surgen el cansancio, la tensión y la desgana, porque no es posible caminar sin esfuerzo.
     Se hace difícil el sendero cuando experimentamos el intenso dolor que nos produce la pérdida de tantas personas que nos han dejado como consecuencia de la pandemia. El sufrimiento nos paraliza. Nos hacemos muchas preguntas y no encontramos respuestas satisfactorias. Hasta que sentimos, junto a nosotros, una presencia que nos acompaña. Es el mismo Señor que se hace peregrino a nuestro lado. Él nos dice que el amor es más fuerte que la muerte.
     También vemos que no avanzan con nosotros muchos que se sienten solos, enfermos y agobiados. Algunos han visto cómo les han crecido alas (las alas del Espíritu) para seguir hacia adelante. Pero otros llevan sobre sí mismos una inmensa angustia que les impide dar un paso. Se han quedado sin aliento, sin fuerzas, sin ganas.
      Caminamos con mayor dificultad cuando nos empeñamos solamente en calcular riesgos, en programar seguridades, en evitar incertidumbres. Avanzar siempre supone echar sobre la espalda la incómoda mochila de cada día, en la que no faltan miedos, dudas y debilidades.
      El itinerario pesa cuando descubrimos aparentes desvíos, ilusorios atajos, que nos hacen pensar que la meta está cerca y que el camino no supone ninguna incomodidad. Hay muchas luces encendidas que parpadean a nuestro alrededor y que podrían hacernos creer que son la auténtica luz que nos precede y guía. Pero, en realidad, son como los falsos espejismos del desierto. Nos proponen sendas perdidas.
      Al Señor solamente le podremos reconocer en la sencillez y humildad de Belén, en la austeridad que, por contraste, hace resplandecer con mayor intensidad la maravilla del acontecimiento que nos disponemos a contemplar: un Niño que es Dios-con-nosotros.
      No podremos llegar hasta Belén con el peso del orgullo, la soberbia, la violencia verbal (y física), el recelo, la desconfianza, las murmuraciones, las riñas, los prejuicios, la acritud y las respuestas agresivas.
Incluso podríamos llegar hasta Belén y no ver al Señor naciente. Porque se necesitan ojos de niño para ver al Señor de la Vida. Es preciso tener una mirada nueva, transparente. En presencia del Señor, solamente serán dichosos los limpios de corazón.

     Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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