Testigos de la vida (28-3 y 4-4-2021)

TESTIGOS DE LA VIDA

     Queridos hermanos en el Señor:
     Os deseo gracia y paz.

     Nos hemos preparado durante el tiempo de gracia de Cuaresma para celebrar, con intensidad e impulso renovado, los misterios centrales del año litúrgico y de nuestra vida personal y comunitaria. Acompañamos al Señor desde su entrada triunfal en Jerusalén y procuramos vivir el significado de cada uno de los momentos que nos llevan, a través de su pasión y de su muerte, a la gloria de la resurrección.
     Somos testigos de una vida que se hace máxima donación. Jesús no muere arbitrariamente, ni le quitan la vida, sino que Él la ofrece por nosotros con enorme generosidad: “yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente” (Jn 10,17-18).
     Jesús es la Vida y su existencia sabe a primavera, tiene fragancia, color, textura, significado. Él nos indica cuál es el genuino sentido de la vida. Él nos enseña a respetar la vida humana, desde su momento inicial hasta su ocaso natural.
     Pascua significa el triunfo de la vida sobre la muerte, la victoria del amor sobre el odio. Se rompe la secuencia fatal del pecado que esclaviza, y la gracia se desborda con abundancia creciente, porque de la plenitud de Cristo “todos hemos recibido, gracia tras gracia” (Jn 1,16).
     Durante la Semana Santa nuestra memoria colectiva se estremecerá ante el dolor intenso que Cristo experimentó como Siervo sufriente. El escarnio, la ignominia y la injusticia aparecerán como provisionales vencedores de una amarga historia que desemboca en la muerte. Nos preguntaremos cómo fue posible tanta maldad. Desde la distancia de siglos, sentiremos vergüenza por el triunfo de las tinieblas.
     Pero nosotros también seremos responsables del juicio de la historia, que lamentará nuestra falta de respeto hacia la vida de los no nacidos, de los enfermos y ancianos a los que no se desea seguir cuidando. No se puede presentar como “nuevos derechos” todo lo que conduce a la muerte.
     La victoria de Cristo sobre la muerte abre a la humanidad la puerta definitiva. Jesucristo participó de nuestra carne y sangre “para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos” (Hb 2,14-15).
     La Semana Santa será también santificadora cuando produzca efectos de vida en nosotros, cuando experimentemos la conversión del corazón y la misericordia divina, cuando sepamos agradecer la salvación que nos llega por la cruz y la Pascua sea un paso absoluto en nuestro camino.

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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