Entre dos domingos (10 y 17-4-2022)

ENTRE DOS DOMINGOS

     Queridos hermanos en el Señor:
     Os deseo gracia y paz.

     El camino trazado entre el Domingo de Ramos y el Domingo de Pascua es una siembra de gracia y una oportunidad de crecimiento en la fe, de fortalecimiento de la esperanza y de aumento de la caridad.
     El Domingo de Ramos, la Iglesia ora con estas palabras: “Dios todopoderoso y eterno, que hiciste que nuestro Salvador se encarnase y soportara la cruz para que imitemos su ejemplo de humildad, concédenos, propicio, aprender las enseñanzas de la pasión y participar de la resurrección gloriosa” (Colecta).
     Ese mismo día, rezamos contemplando a Jesucristo: “El cual, siendo inocente, se dignó padecer por los impíos, y ser condenado injustamente en lugar de los malhechores. De esta forma, al morir, borró nuestros delitos, y, al resucitar, logró nuestra salvación” (Prefacio).
      La cruz es “testimonio de lo que pasó y de lo que perdura”. “Es ella el signo del rechazo de Dios y el signo de su aceptación. Es ella el signo del vilipendio del hombre y el signo de su elevación. El signo de la victoria” (San Juan Pablo II, Vía Crucis del Viernes Santo, 4 abril 1980).
      El eterno amor alcanza en Jesucristo su expresión suprema y su definitivo testimonio. En el solemne canto del Pregón pascual se anuncia con admiración y gratitud: “¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad!        ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo”.
      Y se añade: “¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor! ¡Qué noche tan dichosa! Solo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos. (…) ¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!”. Cristo, el Hijo resucitado “al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina por los siglos de los siglos”.
      En la Eucaristía del Domingo de Pascua, la oración eclesial suplica: “Oh, Dios, que en este día, vencida la muerte, nos has abierto las puertas de la eternidad por medio de tu Unigénito, concede, a quienes celebramos la solemnidad de la resurrección del Señor, que, renovados por tu Espíritu, resucitemos a la luz de la vida” (Colecta).
      La adhesión a Jesucristo es fuente de una alegría que el mundo no nos puede dar y tampoco nos puede quitar. La alegría es fruto de la fe pascual y consecuencia del contacto con Jesucristo que padece, muere y resucita.

+Julián Ruiz Martorell, obispod e Jaca y de Huesca.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

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