Santa María, mujer del Adviento (8-12-2024)

 
SANTA MARÍA, MUJER DEL ADVIENTO
 
+ Vicente Jiménez Zamora
Administrador Apostólico de Huesca y de Jaca
 
      Durante el tiempo de adviento, la Liturgia de la Iglesia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la Virgen María (cfr. Pablo VI, exhortación apostólica Marialis cultus, 4). En la solemnidad del día 8 de diciembre, celebramos conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical a la venida del Salvador y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga. María, raíz de Jesé de la que brota el vástago de David, es la preparación radical a la venida del Señor. Dios Padre ha preparado el camino a su Hijo, santificando a María desde las raíces de su ser, desde la misma Concepción Inmaculada, para que el Verbo encontrase la casa limpia y preparada a su venida. María es desde el comienzo de su existencia don que el Padre y el Espíritu Santo hacen al Hijo, es un camino que Dios mismo prepara.
      El camino por el que Jesús ha venido al mundo se llama María. Nadie, pues, mejor que la Virgen María nos puede enseñar cómo se preparan los caminos para la venida del Señor. Ella, desde Nazaret a la montaña de Judea, fue portadora de Cristo, encerrado en su seno virginal, ante cuya presencia Juan el Bautista saltó de gozo en el vientre de su madre. Y esa función la sigue cumpliendo a través de la historia. María sigue preparando los caminos del Adviento del Señor en nuestros corazones. No se puede separar a la Madre del Hijo: donde está Ella trae siempre consigo a Jesús. “Quien busca el buen vino, lo encuentra en la vid; quien busca el buen trigo, lo encuentra en la espiga; quien busca a Jesús lo encuentre en María”. Porque en María todo se refiere a Cristo, todo depende de Él. Por María somos siempre conducidos a Jesús. Ella cumple siempre una doble función como en Caná de Galilea: una función intercesora, que expone nuestras necesidades: “no tienen vino”, y una función indicadora, que consiste en mostrarnos el camino hacia el Maestro: “haced lo que Él os diga”.
       María acogió al Señor como no la ha hecho ni lo hará criatura humana alguna. Su “sí” al ángel de la anunciación es el “amén”, la aceptación más plena e incondicional que se haya dado a Dios por parte humana. Ese “sí”, pronunciado en el silencio de la casa de Nazaret, se contrapone al “no” de todas nuestras infidelidades y pecados, y resonará siempre a través de los siglos, de generación en generación, como un eco de la misericordia del Dios Salvador que se ha fijado en la “pequeñez”, mil veces bendita, de su esclava. 
 
      
      
 
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