El espíritu Santo en la misión evangelizadora de la Iglesia (1-6-2025)
EL ESPÍRITU SANTO EN LA MISIÓN EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA
+ Vicente Jiménez Zamora
Administrador Apostólico de Huesca y de Jaca
Desde la Pascua de Resurrección hasta la solemnidad de Pentecostés celebramos la cincuentena pascual, que es un tiempo donde aparece la acción del Espíritu en su Iglesia. El Espíritu Santo, manado del costado abierto de Cristo en la cruz, es el verdadero creador interno de la Iglesia. Su olvido en la vida cristiana se convierte siempre en rutina interior en la acción pastoral de la Iglesia.
“Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos, Cristo se queda en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia no pasa de simple organización, la autoridad se convierte en dominio, la misión en propaganda, el culto en evocación, y el quehacer de los cristianos en una moral propia de esclavos. Pero en el Espíritu Santo, el cosmos se levanta y gime en la infancia del Reino, Cristo ha resucitado, el Evangelio aparece como potencia de vida, la Iglesia como comunión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión un Pentecostés, la liturgia memorial y anticipación, el hacer humano algo divino” (I. Lattaquié).
Por esta causa se reconoce en la exhortación apostólica de San Pablo VI Evangelii Nuntiandi: “Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él. Sin Él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu del hombre. Sin Él los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor” (EN 75).
El papa Francisco en el capítulo quinto de su Exhortación apostólica Evangelii Gaudium nos pide que seamos evangelizadores con Espíritu que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. “En Pentecostés, -dice el Papa- el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente. Invoquémosle hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios” (EG 259).