Y tú, ¿por qué no? (5-6-2011)
Y TÚ, ¿POR QUÉ NO?
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Me dirijo especialmente a los jóvenes que os estáis planteando en estos momentos vuestro futuro: a los que acabáis un período docente y estáis a punto de iniciar nuevos estudios; a los que habéis completado algún tipo de formación y sentís una inquietud interior; a los que tenéis alguna experiencia laboral y en vuestro horizonte aparece la posibilidad de seguir más de cerca a Jesucristo.
Me dirijo especialmente a ti, que te encuentras en una encrucijada de caminos y experimentas incertidumbre y duda sobre el sentido de tu vida inmediata.
Tal vez ha quedado una huella en tu interior después de tu proceso de preparación para la Confirmación. Tal vez has prestado algún servicio como catequista o has conocido a algún sacerdote, religioso o religiosa que te han mostrado en vivo el rostro más próximo de la Iglesia.
Permíteme que te sugiera unas preguntas: ¿Por qué no te planteas la posibilidad de escuchar la llamada que Jesús te dirige de modo personal? ¿Por qué no te decides a darle una respuesta decidida, convencida? Él sigue diciendo hoy como ayer: “Sígueme” (Lc 5,27).
Lo realmente importante en esta invitación es que Jesús te sale al encuentro y desea que, en tus planteamientos para el futuro, Él pueda ocupar un lugar. Se trata de que en tu espacio vital cuentes con Él y te decidas a compartir con Él lo que de Él has recibido: la vida.
Tu tiempo se llenará de sentido. Tus minutos y tus horas no discurrirán en lenta y monótona secuencia, sino que estarán llenos, repletos de experiencias.
La vocación al servicio exclusivo de Cristo en su Iglesia es un regalo de la bondad de Dios y es una gracia que es preciso implorar con humildad, confianza e insistencia.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar” (nº 27).
El beato Juan Pablo II escribió en 2003 una oración en la que pedía: “Hijo de Dios, enviado por el Padre a los hombres de todos los tiempos y de todas las partes de la tierra, te invocamos por medio de María, Madre tuya y Madre nuestra: haz que en la Iglesia no falten las vocaciones, sobre todo las de especial dedicación a tu Reino. (…) Señor misericordioso y santo, sigue enviando obreros a la mies de tu Reino. Ayuda a aquellos que llamas a seguirte en nuestro tiempo: haz que, contemplando tu rostro, respondan con alegría a la estupenda misión que les confías para el bien de tu pueblo y de todos los hombres”.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+ Julián Ruiz Martorell, obispo de Huesca y de Jaca.