Escuchar y anunciar la Palabra de Dios (17-7-2011).

ESCUCHAR Y ANUNCIAR LA PALABRA DE DIOS

      Queridos hermanos en el Señor:
 Os deseo gracia y paz.

      Como cristianos, necesitamos acercarnos cada día más a la Palabra de Dios, porque en ella encontramos un valor fundamental de nuestra vida creyente. Además, la recibimos no solamente como destinatarios, sino también como anunciadores. El mundo necesita la “gran esperanza” para poder vivir el tiempo presente, la gran esperanza que es el Dios que se comunica con nosotros, y que nos ha amado hasta el extremo (cfr. Jn 13,1). Muchas personas necesitan que se les vuelva a anunciar persuasivamente la Palabra de Dios, de modo que puedan experimentar concretamente la fuerza del Evangelio.
      Es preciso reavivar nuestro encuentro personal y comunitario con Cristo, Verbo de la Vida que se ha hecho visible, y ser sus anunciadores para que el don recibido se extienda cada vez más por todo el mundo. Comunicar la alegría que se produce en el encuentro con la Persona de Cristo, Palabra de Dios presente en medio de nosotros, es un regalo y una tarea imprescindible para la Iglesia.
      Escuchar y leer la Palabra de Dios significa darle una fructífera acogida en la memoria y en el corazón. La Palabra de Dios escuchada en las celebraciones litúrgicas, meditada en la oración personal y familiar, asimilada en la catequesis y en la enseñanza religiosa escolar, y estudiada por las ciencias eclesiásticas, nos ayuda a conocer mejor y amar intensamente a Jesucristo y a ser sus testigos en el mundo.
      “En el principio existía la Palabra” (Jn 1,1). “La palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Is 40,8). La Palabra de Dios comienza la historia con la creación del mundo y del hombre: “Dijo Dios” (Gn 1,3.6ss), proclama el centro de esa misma historia con la encarnación del Hijo, Jesucristo: “Y la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14), y la concluye con la promesa segura del encuentro con Él en una vida sin fin: “Sí, vengo pronto” (Ap 22, 20).
      Es palabra viva y eficaz: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo” (Is 55,10-11).
      La palabra se concentra en Jesucristo, Palabra definitiva. Pedro le dice a Jesús: “Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
      “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 119[118],105). Como afirma el Concilio Vaticano II: “Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (…), por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí” (Dei Verbum nº 2).
      Al cumplirse la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4,4), envió Dios a su Hijo, “la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre”. El cristianismo es la experiencia de la verdad y de la vida que se nos comunica en el acontecimiento, “no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo”.
      La Iglesia, cumpliendo el mandato de Jesucristo (“Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos”: Mt 28,19), ha transmitido el testimonio del Señor a todos los hombres.
      Vivamos con alegría este mandato misionero.

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Huesca y de Jaca.

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