¡Feliz Año Nuevo! (27-11-2011)

¡FELIZ AÑO NUEVO!

      Queridos hermanos en el Señor:
      Os deseo gracia y paz.
     
      En el Primer Domingo de Adviento comenzamos un nuevo año litúrgico. El núcleo específico cristiano se identifica con la historia de la salvación.
      Joseph Ratzinger escribió: “el objetivo del año litúrgico consiste en recordar sin cesar la memoria de su gran historia, despertar la memoria del corazón para poder discernir la estrella de la esperanza. Esta es la hermosa tarea del Adviento: despertar en nosotros los recuerdos de la bondad, abriendo de este modo las puertas de la esperanza”.
      No se trata solamente de un simple recuerdo, sino de una actualización. Se trata de “volver al corazón” y a la vida. El año litúrgico hace presentes los misterios de la redención en todo tiempo.
      Con Cristo aparece un tiempo nuevo, tiempo de plenitud y de cumplimiento. Se realiza una fase nueva, definitiva, del proyecto divino de salvación.
      Adviento nos recuerda que Cristo está cercano y crece su presencia discreta y callada en el fondo de los corazones. Todo lo bueno, todo lo hermoso, todo lo noble que hay en el mundo y en la vida de los hombres está promovido e impulsado por el Espíritu de Jesús, todo nos acerca hacia el encuentro con Él, todo es el fruto de su presencia y de su amor.
      Adviento es símbolo de la vida. Vivimos esperando, queriendo descubrir en la lejanía el rostro del Dios que viene hacia nosotros con los brazos abiertos, con el gran regalo de la vida, con la gran promesa de la vida eterna entre las manos. Nadie puede vivir sin esperar.
      El Cardenal H. Newman tiene una bella observación que ilustra el tiempo de Adviento. Se fija en que, si no tuviéramos la experiencia de primaveras anteriores, tampoco seríamos capaces de pensar que el campo, tal como lo vemos en invierno, va a florecer.
      Esto nos ayuda a entender la exhortación de Jesús a mirar con atención, a velar. Velar no tiene que ver con la angustia y el miedo. Velar significa aprender a vivir. Vivir, amar la vida, ayudar a vivir a los demás, esperar en el Dios de la vida. La vida tiene sentido, el que le ha dado Jesús. Se trata de entrar con alegría en esta gran aventura. 
 Hoy celebramos dos acontecimientos importantes: el inicio del nuevo año litúrgico y el comienzo de la preparación para la llegada del Señor.
 Escuchamos una reiterada invitación para que nos mantengamos vigilantes. Pero esta vigilancia no puede ser pasiva, nos requiere estar a la expectativa, en actitud de oración y trabajo incesante anunciando el Reino de Dios. Es preciso que el mensaje de este Adviento nos estimule a asumir una actitud de vigilancia.
      Velar es saber mirar la vida con ojos de niño para descubrir la fecundidad escondida más allá de todos los fracasos. Es ver las señales del Dios que viene, para abrirle la puerta apenas llame. Velar es mirar la vida como Jesús. Velar es vibrar cuando cerramos el libro de meditación y abrimos el capítulo de la vida, la página de cada día.
      Vivir el Adviento significa celebrar la venida de Cristo en la carne, a través de la Virgen María. También es celebrar la futura venida de Cristo, al final de los tiempos, para revelar la plenitud de su obra que fue realizada al venir por primera vez. Esta venida es una llamada a la espera vigilante, para descubrir los signos de su presencia constante en cada momento de nuestra vida y en cada circunstancia de la historia. En el memorial del “hoy” de la celebración del Adviento se unen, eficazmente, estas tres venidas de Cristo.
     
      Recibid, junto con mi felicitación, mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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