"Que la esperanza os tenga alegres" -Rom 12,12- (18-12-2012)

“QUE LA ESPERANZA OS TENGA ALEGRES” (Rom 12,12)


      Queridos hermanos en el Señor:
      Os deseo gracia y paz.
     
 San Pablo nos exhorta: “Que la esperanza os tenga alegres” (Rom 12,12). Sentimos próxima la celebración de la Natividad del Señor, y ya hemos recorrido una buena parte del Adviento. Celebramos y vivimos el comienzo del nuevo año litúrgico como ocasión favorable y tiempo propicio para revitalizar la esperanza.
      La esperanza no es una virtud pasiva. No se trata simplemente de aguantar, de resistir, de aguardar resignadamente. La esperanza moviliza nuestros mejores recursos, facilita la puesta en marcha de muchas iniciativas que nos disponen para celebrar con ánimo fraterno el Advenimiento de Jesucristo, en quien todo tiene origen, hacia el cual tiende la historia como proyecto de salvación, y en el cual todo se sustenta y mantiene con intensidad y vida. 
      La esperanza dibuja una sonrisa en nuestros corazones. Una sonrisa serena y distendida para apreciar los signos del amor que se comunica y extiende. Una sonrisa solidaria y abierta. Una sonrisa luminosa y consciente del dolor de tantas personas que viven entre inquietudes y tristezas. Una sonrisa que comparte el sufrimiento, pero que no se deja vencer por él. Una sonrisa que es testigo elocuente de la alegría que brota del interior y que no se extingue nunca. Una sonrisa sincera y cálida. Una sonrisa transparente.
      La esperanza es expresión del amor. También nos dice san Pablo: “Que vuestro amor no sea fingido; aborreciendo lo malo, apegaos a lo bueno” (Rom 12,9). La alegría no se puede fingir. A lo sumo logramos ocultar nuestra incomodidad o conseguimos no manifestar exteriormente rasgos de cansancio y abatimiento. Pero el amor, origen de la genuina alegría, no se consigue imitar con falsedad. El amor no es una ficción, una fábula o un engaño. Es una realidad. La realidad más consistente. El amor da sentido a todo y sin amor todo carece de sentido.
      “No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien” (Rom 12,21). Estas palabras de aliento nos animan a no perder la alegría cuando todo parece desencajado a nuestro alrededor. En contraste con el activismo desbordante en que solemos vivir, con una agenda cuajada de compromisos presuntamente ineludibles, el camino del bien introduce una nueva luz para saber encontrar tiempos y espacios de silencio en los que, lentamente, va gestándose y madurando un nuevo bien, capaz de superar y vencer al mal que nos inunda.
      Una respuesta airada, incluso ingeniosa, pero hiriente, produce un mal reduplicativo. Un gesto inoportuno o un comentario inapropiado siempre encontrarán eco fácil, gratuita publicidad, pero nunca conseguirán producir un bien.
      La esperanza no se deja llevar ni se deja vencer. La persona que vive en clave de esperanza clava en lo alto el ancla de su vida. Experimenta el zarandeo, incluso violento, de las adversidades. Pero se mantiene firme, arraigada en Cristo. Y no permite que venza el mal en su interior, sino que con la cruz, como signo e instrumento de paz, rotura los surcos donde siembra en esperanza, con gozo, aunque no vea el fruto ni saboree la cosecha.
      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+ JuliánRuiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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