"Para que nuestro gozo sea completo" -I Jn 1, 4- (25-12-2011)

“PARA QUE NUESTRO GOZO SEA COMPLETO” (1 Jn 1,4)


      Queridos hermanos en el Señor:
      Os deseo gracia y paz.
     
 El Señor dijo a Moisés: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra sus opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel” (Ex 3,7-8). Dios ve, oye y conoce (“he visto”, “he oído”, “conozco”). Y actúa en consecuencia: “he bajado”. Este descenso de Dios se hace especialmente significativo en Navidad: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14).
      San Agustín escribe: “quizá el gemido no llega siempre a los oídos de los hombres, pero jamás se aparta de los oídos de Dios”.
      El Adviento nos ha enseñado a esperar y preparar la venida del Señor. Hemos percibido los signos de su llegada. Distinguimos su triple venida: en la humildad de Belén; en la gloria de su regreso definitivo, y en su cálida presencia a través de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, la Sagrada Escritura, los hermanos más necesitados y los acontecimientos.
      “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida; pues la Vida se hizo visible, y nosotros hemos visto, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo” (1 Jn 1,1-4).
      Nuestro gozo no puede ser completo. Somos testigos del sufrimiento, de la pobreza material y de espíritu, de la escasez de recursos, del drama del paro y del empleo precario, de la falta de amor en las familias, de fenómenos de rechazo y exclusión social, de la marginación de los ancianos y enfermos, de la oscuridad que entenebrece el brillo de la luz que es el Señor.
      También nosotros oímos y vemos. No somos insensibles ni estamos cerrados. El Papa Benedicto XVI dice: “Según el modelo expuesto en la parábola del buen Samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc.”. Y añade: “El programa del cristiano -el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús- es un "corazón que ve". Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia” (Deus caritas est, 31).
       En Navidad se abren nuestros ojos para ver y contemplar al Señor que llega. Se abre nuestro corazón para ver dónde se necesita amor. Se abren nuestras manos para actuar en consecuencia. Se vuelven diligentes nuestros pies para acercarnos, sin titubeos ni vacilaciones, sin rodeos, a los heridos, angustiados y llenos de cicatrices que encontramos en los senderos. 
      En Navidad la luz comienza a ser creciente y la alegría, expansiva y difusiva, llega a ser completa cuando se comunica y comparte.
      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.


+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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