“TENÉIS QUE NACER DE NUEVO” -Jn 3,7- (8-1-2012)

      Queridos hermanos en el Señor:
      Os deseo gracia y paz.
     
      Jesúsle dice a Nicodemo, jefe judío y fariseo: “el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Jn 3,3). Nicodemo pregunta: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?” (Jn 3,4). Jesús contesta: “En verdad, en verdad te digo: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. No te extrañes de que te haya dicho: "Tenéis que nacer de nuevo"; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3,7-8).
      San Pablo explica con claridad: “si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo” (2 Cor 5,17).
      Con la fiesta del Bautismo del Señor concluye el tiempo de Navidad, gozosa experiencia que habíamos preparado durante el período del Adviento, y que hemos vivido y celebrado intensamente.
      Esta fiesta marca la transición entre la primera parte del año litúrgico y el tiempo llamado “Ordinario”, que celebra el misterio de Cristo en su plenitud y en su despliegue.
      En el Bautismo del Señor adquirimos una renovada conciencia de la necesidad de nacer de nuevo. Como Nicodemo, podemos sentirnos hombres viejos, expertos en años y en desengaños, poco abiertos a la novedad, aferrados a demasiadas cosas que coartan nuestra libertad e impiden que nuestro paso sea ligero, impregnados de rutinas, más espectadores pasivos que testigos creíbles de la Buena Noticia. 
      Como Nicodemo, nos hacemos demasiadas preguntas antes de decidirnos a seguir a Jesucristo. Calculamos los riesgos, sopesamos las consecuencias, tomamos precauciones, valoramos los pros y los contras, evitamos la precipitación, y la incertidumbre nos impide avanzar.
      Como Nicodemo, escuchamos una palabra que compromete: “tenéis que nacer de nuevo”. No se trata de cambiar este o aquel aspecto, detalles insignificantes de nuestra vida. Es, más bien, un cambio radical, que concierne a la raíz de nuestra personalidad, al tuétano de nuestro ser, y que es obra del Espíritu Santo en nosotros.
      Es el Espíritu Santo quien nos otorga una nueva capacidad de creer, de esperar y de amar. Es el Espíritu Santo quien nos hace descubrir la necesidad de encontrar nuevos rumbos en nuestro peregrinar diario. Es el Espíritu Santo quien nos guía por los caminos ciertos de su futuro.La fuerza del Espíritu Santo hace eficaz en nosotros la palabra de Jesús.
      En la fiesta del Bautismo del Señor actualizamos nuestro propio bautismo, el sacramento que significa y realiza el nacimiento del agua y del Espíritu.San Gregorio Nacianceno escribió: “El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios...lo llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque, es dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1216).
 
      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.


+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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